Era una maravillosa tarde de verano, y como muchas otras, mis amigos y yo nos dirigíamos al campo donde solíamos jugar al fútbol.
¡Vaya! ¡Está ocupado!, exclamamos desilusionados al llegar y ver que otro grupo se nos había adelantado.
¡Un momento!, dijo uno, recuerdo un lugar abandonado cerca de aquí, seguro que allí podremos jugar sin que nadie nos moleste.
¡Estupendo!, gritamos todos.
En seguida llegamos y comenzamos a jugar. Todo iba de maravilla, hasta que de repente, la pelota se desvió con tan mala suerte que fue a parar a una de las ventanas de la casita abandonada. El ruido de los cristales rotos nos sacó de nuestra emoción, y pasaron varios segundos antes de que ninguno reaccionara. Sin embargo, pronto nos sentimos aliviados, mirando el aspecto deshabitado de la casa y seguimos jugando tranquilamente. Seguro que nadie vivía allí, y que no tendríamos que pagar el cristal. Así pues, continuamos despreocupados con nuestro juego, hasta que, de repente, la puerta de la casa se abrió con un fuerte chirrido y un hombre salió directo hacia nosotros. ¡Sí que había alguien! Ahora tendríamos que pagar el cristal roto....
¿Hay alguien allí? ¿Existe alguien en el cielo además de las estrellas, los planetas, las constelaciones...? Esta es una de las grandes preguntas que el hombre se ha formulado a lo largo de los siglos intentando buscar una respuesta.
Hoy en día, muchos dicen que no hay nadie, que la casa está abandonada. Pero, si es así, ¿por qué el hombre se sigue haciendo esta misma pregunta desde el comienzo de su historia? ¿por qué todavía en pleno siglo veinte nos seguimos preguntando en nuestro interior si hay un Dios?
La razón es sencilla, porque El mismo "ha puesto eternidad en el corazón del hombre" (Eclesiastés 3:11). Ha sido Dios quien ha puesto este pensamiento en nosotros para que le busquemos y nos ha dado medios para encontrarle. Aun así, el hombre insiste en endurecer su conciencia y vivir ajeno a Dios, rompiendo constantemente los cristales de su Ley y sin querer dar cuentas al Dueño y Creador de la casa; no quiere saber si hay o no dueño.
Pero, ¿y si hay alguien allí?. Querido amigo, sí, hay Alguien, y ese es el Dios que desde el principio se ha manifestado al hombre. La Creación misma es un ejemplo claro que nos habla de El, "porque las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tenemos excusa" (Romanos 1:20).
También la misma existencia del hombre, con su increíble complejidad, nos prueba el poder y la sabiduría de Dios. De ninguna manera podemos pensar que no somos mas que un compuesto de fósforo, calcio, agua y unos cuantos elementos más, desde luego que con esto nadie podría formar un hombre.
Aun su mismo cerebro, con diez mil millones de células, cada una de ellas con 200 lineas de comunicación entre sí, dejaría en ridículo al más potente y sofisticado de los ordenadores fabricado por el hombre.
Y sin embargo, muchos piensan que han llegado a estar aquí por un cúmulo de casualidades habidas a lo largo de millones de años. Pero, ¿por qué el hombre se esfuerza en buscar cualquier excusa con tal de no creer en Dios?. Pues porque sabe que ha roto muchas veces los cristales de la Ley de Dios, y estaría más tranquilo si "no hubiese nadie allí", nadie que nos pidiera cuentas por haber quebrantado su Ley. De todas formas, ese día llegará, "porque está establecido para los hombres que mueran una sola vez y después de esto el juicio" (Hebreos 9:27).
La solución no está en negar lo innegable, sino en creer que Dios ha enviado a su propio Hijo, el Señor Jesucristo, para que él cargara con nuestros pecados en la cruz, pagando de su bolsillo los cristales que nosotros hemos roto. Puede haber perdón, y salvación en ese Dios que se ha manifestado al hombre en la persona gloriosa del Señor Jesucristo, siempre y cuando reconozcamos nuestra deuda y nos arrepintamos pidiéndole perdón. "Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en El cree no se pierda mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).
Sí que hay dueño en la casa, y debes arreglar las cuentas con El antes que le veas cara a cara, porque en ese momento ya no habrá solución, "he aquí, ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2ª Corintios 6: 2).
¿Hay alguien allí? Sí. ¿Cuántos cristales más romperás antes de verle cara a cara ? Recuerda que tarde o temprano aparecerá y que tienes una cuenta que saldar con El. Y no olvides que "la paga del pecado es muerte, pero el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús" (Romanos 6:23).
¡Tú tienes la respuesta!
Desde el seno del Padre vino al seno de una virgen. Adoptó nuestra humanidad para poder redimir a la Humanidad. Se hizo Hijo del Hombre para que nosotros pudiéramos ser hechos hijos de Dios. Vino del cielo, donde los ríos nunca se hielan, los vientos nunca soplan, las escarchas nunca enfrían el aire, las flores no se marchitan, y no hay enfermedades. Donde no hay pompas fúnebres ni cementerios, porque nadie jamás muere.
Se hizo pobre, siendo rico
Nació de manera contraria a las leyes de la Naturaleza. Vivió en pobreza y fue criado en humildad. Apenas cruzó las fronteras de su país, más que en su infancia. No tuvo riquezas ni influencia, ni pasó siquiera por una universidad. Sus parientes carecían por completo de distinción social o poder alguno. Él renunció a su ropaje real por el vestido de un aldeano. Era rico, mas se hizo pobre: Durmió en un pesebre. Cruzó el lago en la barca de otro. El asno que montó se lo dejaron. Y fue enterrado en un sepulcro prestado.
Bibliotecas, estudiantes y medicina
Recién nacido, turbó a un rey. Siendo muchacho, confundió a los doctores de la religión. Ya siendo un hombre, alteró el curso de la Naturaleza, anduvo sobre las olas e hizo calmar el tumultuoso mar. Sanó a multitudes sin medicamentos y nunca cobró por sus servicios... ni siquiera "la voluntad". No escribió ningún libro; sin embargo es incontable lo que de Él se ha escrito. No compuso ni una coplilla, pero ha inspirado la más grande y sublime colección de poemas y canciones que jamás se haya escrito. No fundó ni siquiera una escuela elemental, pero todas los colegios del mundo juntos no pueden jactarse de tantos discípulos como Él ha tenido. Nunca estudió medicina, pero a lo largo de la historia Él ha sanado más corazones quebrantados que los médicos cuerpos enfermos.
Soldados, Satanás y el sepulcro
Nunca reclutó soldados, mandó ejércitos, ni disparó un arma. Sin embargo, no hay caudillo que jamás haya hecho que tantos rebeldes rindieran sus armas sin el disparo de una sola bala. Él es quien armoniza toda discordia y sana toda dolencia. Grandes hombres han surgido y han pasado, mas Él permanece. Herodes no pudo matarle, Satanás no logró seducirle, la muerte no le pudo destruir, ni el sepulcro retenerle.
Un Hombre demasiado singular
Los demás hombres nacemos sin ser consultados... Él vino desde la eternidad y nació estando en pleno acuerdo con los planes de Dios y con las profecías. Los demás hombres pasamos la vida huyendo de la muerte... Él vino exactamente con la intención de morir y, aún a tiempo de librarse de sus enemigos, anunció a los suyos que le matarían, y además predijo cómo. Los demás hombres, por nuestra rebelión contra Dios, tenemos la vida hipotecada... Él, íntegro y sin pecado, entregó su vida voluntariamente en la Cruz: No se la quitaron; la dio. Y todo porque no había otro modo de reconciliarnos con Dios. Nos era necesario un Salvador, pero no un salvador cualquiera, sino Dios mismo hecho hombre, que respondiera con su muerte ante la Ley justa de Dios por nuestros muchos pecados y rebeliones.
¿Qué crees tú?
¿Qué piensas de tal personaje? ¿Era un loco, un embaucador o era de veras el Hijo de Dios? Hoy cada cual se cree con el derecho de opinar acerca de Él. Pero los que le conocieron bien coincidieron en que no podía ser otro que el mismo Hijo de Dios; el que ha de ser tu Juez, si no llega a ser tu Salvador:
"Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y Éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron, colgándole de un madero. A Éste levantó Dios al tercer día e hizo que se manifestase (...) Y nos mandó que predicásemos, y testificásemos que Él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos. De Éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre..." (Pedro, predicando a unos romanos en los Hechos de los Apóstoles 10:3843).
"Dios ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel Varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos." (Pablo, predicando a los atenienses en los Hechos de los Apóstoles 17:3031).
"Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre." (Juan, al final de su evangelio; 20:3031).
"Les prometen libertad, y ellos mismos son esclavos de corrupción". (El apóstol Pedro 2 Pd. 2:19)
CRISIS DE VALORES Y FANATISMO
Nuestra civilización vive una crisis de valores y no sabe a qué atenerse. Es la nuestra una sociedad postcristiana en la que las ideologías que prometían alumbrar una nueva era se derrumban estrepitosamente. El relativismo se impone, dejando al hombre en la incertidumbre y el desamparo. Por su parte, el consumismo y el avance tecnológico no se bastan para llenar el vacío que queda en los corazones. Y así las cosas, el hombre se siente amenazado y solo.
Estas circunstancias favorecen la proliferación de "profetas iluminados" que esparcen sus proclamas de salvación a cambio de una sujeción incondicional que deja a un lado la capacidad humana de razonar. Es el fenómeno de las sectas.
Es tan amplia la gama de supuestos mesías que en este breve texto no hay lugar más que para un repaso de las características que identifican a todo grupo fanático y sectario, sea los de nuevo cuño o de los más tradicionales. Sirvan estas pautas para orientarnos:
IDENTIFICAR UNA POSTURA SECTARIA
La organización religiosa sectaria siempre tiene una estructura jerárquica rígida y centralizada, tanto geográficamente, en la sede, como personalmente, en el líder supremo.
El líder, o grupo dirigente, es considerado como representante infalible de Dios en la tierra y proveedor de la revelación divina o único intérprete autorizado de los libros sagrados. La veneración, obediencia y confianza de los fieles hacia ellos son ciegas e incondicionales.
El beneficio económico (y en ocasiones el poder político) figura siempre entre sus fines, cuando no es el primordial, aunque lo escondan detrás de motivaciones mas nobles, y a pesar de que los "militantes de a pie" ignoren en muchos casos el "tejemaneje". Es un negocio redondo: Los bienes a la venta pueden adaptarse a la demanda y la mano de obra de los fieles es gratuita y eficiente. De esta manera, negocios como el editorial, con la venta de libros y revistas a domicilio, rinden unos beneficios desorbitados. Además, suelen argumentar que el Fisco no tiene por qué pedir cuentas a los intereses del Reino de Dios.
En todos los casos las creencias que se inculcan son inaccesibles por el raciocinio. Lo que entra en juego son las emociones, manipuladas para descartar todo proceso mental que exija racionalidad y dé a luz la crítica. Su fe es un salto místico en el vacío de la sinrazón; un abandono a los meros sentimientos, a la credulidad y a la superstición.
Generalmente, nunca dan a conocer con honestidad al público exterior quiénes son y lo que piensan. Hacen uso de una "máscara" de presentación barnizada de caridad, de cientifismo, de modernismo ... o de lo que convenga. Algunos incluso mienten con todo descaro.
Curiosamente un rasgo muy extendido es el menosprecio de lo físico y el maltrato del cuerpo, a base de vigilias, ayunos, mortificaciones, agotamiento, etc; prácticas que conducen a un debilitamiento del intelecto y de la voluntad.
Dentro de las sectas más dañinas, el lavado de cerebro, la despersonalización, es el método de convicción. Es un proceso bien estudiado que conduce a la anulación de la razón por medio de la manipulación de sentimientos como los de culpa, soledad, indefensión o desilusión. El resultado es un ejército de adocenados que han asimilado un mismo credo y que en ocasiones hasta visten igual.
Para lograrlo se aísla al individuo de todos los vínculos posibles con el mundo exterior, bien afectivos como la familia o las amistades, bien informativos. El prosélito se convierte en un ser programado para rehusar cualquier material informativo que no provenga de la secta y está incapacitado para mantener un diálogo que atienda a la razón.
Un reclamo que algunos grupos utilizan para atraer a la gente es el uso de pretendidos poderes milagrosos de curación, exorcismo, lenguas extrañas y otras prácticas que les conceden cierto aspecto de superespiritualidad.
En la mayoría de las sectas más destructivas las labores de beneficencia no ocupan ni uno solo de sus esfuerzos. Un indicio claro del verdadero móvil de los dirigentes: el dinero. Es cierto, no obstante, que se han registrado oficialmente casos de grupos religiosos que, con el pretexto de rehabilitar toxicómanos, ocultan turbios manejos económicos.
El sexo se utiliza como resorte para sujetar la voluntad de los individuos y para mantener la estructura jerárquica y sacerdotal, ya sea forzando al celibato y a matrimonios dictados, ya sea promoviendo la promiscuidad sexual y aun la "prostitución proselitista".
Toda postura sectaria, sin excepción, hace un hincapié desmesurado en la necesidad de continuos esfuerzos humanos (sean penitencias, ritos o buenas obras) para alcanzar la salvación, y sumen a sus adeptos en la incertidumbre que produce la amenaza de poder volver a condenarse.
Por último, la presión amenazante que sufre el que abandona la organización crea un pánico en el individuo que le disuade de la idea de la deserción.
¿ALGUNA ALTERNATIVA?
Dicho esto, queda plantearse cuál es la alternativa a esta esclavitud de la mentira. Muchísimos hoy en día optan por el relativismo: "Nada es verdad ni mentira de forma absoluta". Generalmente su postura se completa con el agnosticismo: "No puede tenerse certeza de si hay Dios o no; y si lo hay, nada sabemos de El". Y, de entre esa mayoría, un buen número se apunta a un cinismo amargo que se ríe de todo lo que tenga un tinte religioso.
Ahora, cabe preguntarse que, si todo es relativo y no hay verdad ni mentira, ¿con qué derecho llamamos a las sectas falsas y embusteras?. Aún más: Si no hay Dios ni Instancia Suprema que dicte las normas, ¿con qué autoridad o criterio podemos condenar la injusticia, el atropello o el crimen?.
El hombre requiere criterios absolutos y valores permanentes, igual que necesita refugio y seguridad. Precisamente lo que van buscando algunos en las sectas. Sin embargo, todo aquello que el hombre necesita para no andar palpando a ciegas sólo puede hallarlo en su Creador. A Dios nadie lo vio jamás, es cierto; pero su Hijo, Jesucristo, El le ha dado a conocer. En El, Dios se nos ha revelado de manera culminante. Y no de forma oscura, mística e irracional. Apareció en la historia de los hombres y nos dejó constancia de ello por los testimonios fidedignos de quienes vivieron con El. Para que no tengamos que ejercer una fe ciega, sino basada en las evidencias. Ante esto, sólo un cínico se reiría.
Jesús de Nazaret cumplió en su persona y obra multitud de profecías del Antiguo Testamento. Delante de multitudes hizo prodigios que nadie jamás ha hecho. Fue intachable en todo como ningún hombre lo ha sido. Transformó la vida de los que le siguieron y, finalmente, resucitó de los muertos.
CONDENO EL FANATISMO Y OFRECIO LIBERTAD
Nunca instituyó una iglesia jerarquizada, centralizada y de autoridad indiscutible (Marcos 9:35). Sólo su palabra era incontestable (Lucas 21:33; Juan 15:2627)... porque El es Dios. Nos dejó esa Palabra y su Espíritu Santo para ayudarnos a comprenderla (Juan 16:13). El mismo criticó las supersticiones y el fanatismo alienante de sus contemporáneos (Mateo 23). Condenó el afán por acumular riqueza (Mateo 6:19). Despreció el proselitismo aprovechado (Mateo 23:15). Llamó hacedores de maldad a muchos que profetizarían en su nombre y en su nombre harían milagros (Mateo 7:2223). Honró el matrimonio, la familia y el sexo (Mateo 25:113), pero condenó la fornicación (Mateo 7:21). Prohibió a los suyos llamar "padre" o "maestro" a hombre alguno sobre la tierra (Mateo 23:810). Les advirtió contra los falsos "mesías" que habrían de aparecer (Mateo 23:45). Desoyó los mandamientos de hombres (Marcos 7:113). Exhortó a cumplir las obligaciones sociales con nuestro prójimo (Lucas 10:2537). Y sobre todo, anduvo siempre con la verdad por delante, apelando a la voluntad libre del individuo para tomar una decisión en cuanto a su persona y su mensaje, sin dorar la píldora ni recurrir a tretas de persuasión. Cuando muchos se echaron atrás para no seguir en pos de El, dejó a sus apóstoles la puerta abierta de par en par: "¿Queréis acaso iros vosotros también?" (Juan 6:67).
El dijo haber venido para hacer al hombre verdaderamente libre. ¿Libre de qué?. Del pecado, de la desesperanza, de la desdicha, de la culpa, de la sentencia justa de la ley de Dios, de la condenación eterna, del temor a la muerte y de los desatinos y mentiras de los hombres.
LA LIBERTAD TIENE UN PRECIO.
Para lograr tal liberación y reconciliarnos con Dios fue necesario que El padeciese y muriese en nuestro lugar; el inocente por los culpables. De esta forma, la sentencia condenatoria que se levantaba contra nosotros cayó sobre El, y sólo así se hizo posible el perdón. "Ahora Dios manda a todo hombre en todo lugar que se arrepienta, por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón (Jesucristo) a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos" (Hechos de los apóstoles 17:3031).
De modo que la fe que Dios demanda no consiste en una experiencia mística irracional que renuncia a usar el intelecto. Es más bien la rendición de la voluntad al que ha dado evidencias de ser el Señor, el único con derecho a ser adorado y obedecido. En eso consiste la libertad, en no someterse absolutamente a nadie más que al que tiene el derecho de mandar.
LA RESPONSABILIDAD ES TUYA
Enfrenta este asunto antes de que sea tarde. Aplica tu inteligencia a la lectura de la Biblia, si nunca lo has hecho. Sacude cualquier yugo de obediencia ciega a un sistema religioso, si es que andas doblegado a él. Abandona el estúpido concepto de que Jesús de Nazaret no fue más que un revolucionario o un buen maestro de moral. Arrepiéntete y rinde tu voluntad al Hijo de Dios si quieres saber lo que es ser verdaderamente libre. El ofrece una salvación gratuita, porque no puede comprarse; y segura, porque no puede perderse. Escúchale: "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida" (Juan 5:24). Recapacita: Te va en ello la vida.
Hay gente para todo. ¿Verdad que se oye de vez en cuando de gente que deja morir familiares por no hacerles una transfusión de sangre? Son los llamados "testigos de Jehová". Dicen que la Biblia lo prohíbe, pero el que siente algún respeto o interés por la Biblia se pregunta: ¿Es eso cierto?
Pues NO. Nadie puede sostener que la Biblia prohíba las transfusiones. Leída de cabo a rabo no hay ni un solo pasaje que diga semejante cosa... sencillamente porque las transfusiones no existían en los tiempos en que se escribió la Biblia. Por tanto, si alguien se deja morir por rechazar una transfusión, ha de saber que lo hace, no porque la Biblia lo prohíba, sino porque los dirigentes de su religión así lo interpretan.
Sí que la Biblia prohíbe comer sangre, ¡pero no salvar la vida de alguien por medio de la sangre! Verlo así sería mirar con ojos de fariseo. ¿Por qué lo digo?:
El Antiguo Testamento prohibía a los israelitas trabajar los sábados, para que descansasen y se acordaran de Dios. En tiempos de Jesucristo ocurrió un sábado que, estando él en una sinagoga, los fariseos le vigilaban por ver si curaría a un hombre que tenía la mano atrofiada. Si lo hacía, podrían acusarle de violar el día de descanso. Dice el evangelio de Lucas que Jesús les preguntó:
"¿Es lícito hacer el bien o el mal en sábado, salvar la vida o perderla?" Y dirigiendo su mirada a todos ellos, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El lo hizo y su mano quedó sana. Ellos se llenaron de furor y trataban entre sí qué podrían hacer contra Jesús (1).
¿Qué diría el Señor Jesús de alguien que no permitiera salvar una vida con una transfusión alegando que la Biblia prohíbe comer sangre? No seamos ciegos como aquellos fariseos...
Ahora bien, nos queda una incógnita por resolver: ¿Por qué la Biblia manda no ingerir sangre? Dios no da mandamientos sin ton ni son. Pues bien, la sangre era para los israelitas un símbolo de la vida, de modo que degollaban corderos y otros animales para ofrecer sacrificios a Dios. Ya desde Caín y Abel existía esa costumbre.
Caín ofrecía a Dios frutos de la tierra, mientras que su hermano Abel sacrificaba corderos. Y dice el Génesis que miró Dios con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y la ofrenda suya (2). ¿Y por qué? Fijémonos que en la ofrenda de Abel moría un animal; en la de Caín, no. El sacrificio de sangre significaba que Abel reconocía que por sus culpas merecía la muerte, y que sólo el sacrificio de un animal sin culpa que moría en su lugar, podía borrar sus pecados y mantenerle en paz con Dios. Por eso también a los israelitas Dios les ordenó ofrecer sacrificios semejantes.
Caín, en cambio, ofrecía "regalos" a Dios de lo que cultivaba con su propio esfuerzo, como si con sus recursos pudiera agradar a Dios. Como si no hiciera falta borrar las culpas. Como si no tuviera culpas que borrar.
Mucha gente se intenta acercar a Dios hoy día como se acercó Caín; convencidos de que son lo suficientemente buenos como para que Dios acepte sus "regalos" o se conforme con unas penitencias. Pero el Nuevo Testamento dice que sin derramamiento de sangre no se consigue el perdón (3). Tiene que haber una vida inocente sacrificada en lugar del culpable. Porque Dios no puede perdonar gratuitamente... ¿Lo hacen acaso los jueces?
Pero, como un animal no puede pagar por una persona, Dios mismo envió a su Hijo, Jesucristo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados (4). El era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (5). El "donó" su sangre para salvar eternamente al que confía únicamente en él. ¿Entendemos ahora por qué fue necesario que Cristo muriera en la cruz?
¡Vaya significado tiene la sangre en la Biblia!
(1) Evangelio de Lucas 6.9-11
(2) Génesis 4.4-5
(3) Epístola a los Hebreos 9.22
(4) Epístola a los Efesios 1.7
(5) Evangelio de San Juan 1.29
Mucho se ha oído hablar en las noticias estas semanas pasadas de sentencias, condenas e indultos. Pero, ¿qué es un indulto?
Un indulto es una medida de gracia (o sea, inmerecida; gratuita) por la que se perdona o se conmuta una pena. Por las noticias hemos sabido que lo puede conceder el gobierno en ciertos casos. Y por la historia sabemos que antiguamente los soberanos acostumbraban conmutar la pena de muerte a algún reo en el llamado "día del indulto". Si recuerdas, en los evangelios se cuenta que, cuando Jesús fue entregado para ser crucificado, era el día de la fiesta de la Pascua, y que el gobernador Pilato tenía costumbre ese día de indultar al preso que el pueblo pidiera. Por fin, la multitud pidió el indulto para un delincuente, Barrabás, y la pena capital para el Hijo de Dios, Jesucristo.
Un indulto se concede a un culpable. De modo que, si alguien, después de ser condenado, sigue sosteniendo que es inocente, no solicitará que le concedan un indulto, sino que le hagan justicia.
Pues bien, esto nos atañe de cerca. ¿Por qué? Porque hay una sentencia condenatoria contra nosotros. Contra todos los hombres sin excepción; contra mí lo mismo que contra ti: ¿Somos nosotros mejores que ellos? -dice el apóstol Pablo- De ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a no judíos, que TODOS están bajo pecado... para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios (1). Y si vas al Nuevo Testamento y lees el contexto, no te cabrá ninguna duda. Esa es la sentencia de Dios sobre todo el género humano.
¿Y ante esto qué hacemos? Tenemos tres opciones:
- Ignorar la sentencia y pensar que, si hay Dios, no será tan intolerante.
- Recurrirla y tratar de probar que, a fin de cuentas, no soy tan pecador como otros, y que la balanza me será favorable el día del juicio.
- O aceptar la sentencia y mi culpabilidad y pedir a Dios un indulto.
Antes de optar por la primera, piensa que si Dios no va a juzgarnos un día, todas las injusticias, atropellos, barbaridades y crímenes que se han cometido a lo largo de la historia quedarán impunes. ¿Hay derecho a eso? Si hay Dios, claro que ha de juzgar un día; y será intolerante con el pecado. ¡Cómo no!
Y si eres de los que intentan con buenas obras y penitencias demostrar tu inocencia, lee la parábola que contó el Señor Jesús a unos que confiaban en sí mismos como justos (2). Es aquélla del fariseo y el cobrador de impuestos que fueron al templo a orar. El fariseo daba gracias porque no era como los demás hombres; ladrones, injustos y adúlteros. Y el publicano, mirando al suelo y golpeándose el pecho, decía: Dios, sé propicio a mí, pecador. Es decir, reconocía sus culpas y pedía a Dios un indulto. Dice Cristo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro.
¿Pero cómo puede Dios perdonar a un culpable y seguir siendo justo? La respuesta a esa pregunta es el mensaje central de la Biblia. ¿Recuerdas a Barrabás? ¿Cómo pudo ser indultado? A costa de la muerte del Hijo de Dios, que era inocente. El que debía haber muerto fue indultado, y el que no merecía la muerte, la sufrió en lugar del culpable. Barrabás es una figura de todos nosotros: Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios (3). ¿Vamos a seguir defendiendo nuestra inocencia, o vamos a reconocer nuestra culpabilidad y a acudir con fe a Dios para pedirle el indulto que Cristo ganó en la cruz? Recuerda que El dijo: Los sanos no tiene necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento (4).
(1) Epístola a los Romanos 3.9 19
(2) Evangelio de Lucas 18.9-14
(3) 1ª Epístola de Pedro 3.18
(4) Evangelio de Lucas 5.31-32
Dicen que la fe es creer lo que no vimos. ¡Pero cuidado con lo que crees! Los niños pequeños suelen creerse todo lo que les dicen, aunque sea de lo más extravagante. ¿Pero vamos a pensar que esa credulidad es una virtud en los adultos? ¡Cuántas veces se abusa de la ingenuidad de los niños y se les cuelan los embustes más exagerados! Pues si hemos de ser tan ingenuos como los niños, no nos extrañe que nos cuelen también a nosotros mentiras gordas, bajo el pretexto de que "fe es creer lo que no vimos".
Hay muchos relatos en la tradición de la cristiandad, lo mismo que en las de otras religiones, que no tienen ninguna pinta de ser veraces: Apariciones, milagros, historias de santos, reliquias... que, examinados con los criterios del historiador, no ofrecen garantías de ser históricos. Y sin embargo, son objeto de fe o de veneración por parte de mucha gente. Un caso muy claro es el de la Sábana Santa de Turín.
Todos sabemos que es un sudario en el que se aprecia la huella del cadáver de un hombre que fue envuelto en él. Muchos creen que ése fue el sudario con que Jesús fue cubierto por José de Arimatea cuando éste le dio sepultura, y lo han convertido en objeto de veneración. Hace unos años, sin embargo, este sudario fue entregado a varios laboratorios para que, aplicando sus métodos de investigación determinaran de qué fecha databa. La conclusión casi unánime de los expertos fue que la llamada Sábana Santa era posterior a la época de Cristo, y que, por lo tanto, no podía ser el sudario que envolvió a Cristo en su tumba. No obstante, a pesar de estas conclusiones, las autoridades religiosas declararon que podía seguir siendo objeto de veneración por parte de los fieles. O sea, que se podía poner fe en ello, aunque no fuera históricamente fiable. ¡Un momento! ¿Es ése el tipo de fe que Dios espera de nosotros? ¿Es ésa la fe que la Biblia nos presenta? ¡Ni mucho menos!
La fe cristiana es una fe basada en la historia, en hechos que se cuentan como ocurridos en lugares y momentos precisos de la historia: el nacimiento de Cristo en Belén, su vida desarrollada entre Judea y Galilea, su prendimiento y crucifixión en Jerusalén, su resurrección y su ascensión al cielo, el descenso del Espíritu Santo y la extensión del evangelio por las provincias del Imperio Romano... Tan importante es para la fe que estas cosas efectivamente ocurrieron, que el apóstol Pedro dice: "No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas ingeniosamente inventadas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad" (1). Y el apóstol Juan añade: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos acerca del Verbo de vida (Jesucristo), eso os anunciamos" (2).
Además; los relatos centrales de la vida de Cristo y de los apóstoles han llegado a nosotros en escritos que se han transmitido con más fiabilidad que cualesquiera otros de la antigüedad. Pero además, para que la fe que pongamos en ello no sea una fe ciega, los testigos de aquellas cosas no fueron un puñado de pastorcillas o un anacoreta iluminado, sino cientos de personas. Miles comieron de los panes y los peces que Jesús multiplicó. Multitudes escucharon sus enseñanzas y cientos fueron curados por él. Un gran gentío fue testigo de su crucifixión y varios cientos se nos dice que lo vieron resucitado. Es más: cuando los apóstoles salieron a las calles a predicar a la gente, ponían a aquellos miles por testigos de las cosas que decían: "Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste... prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios resucitó" (3). Y el apóstol Pablo, exponiendo su fe ante el rey Agripa, le dice: "El rey sabe estas cosas... pues no se ha hecho esto en ningún rincón" (4).
El mismo apóstol Pablo, predicando a los atenienses, no les pedía que creyeran porque sí, sino que creyeran en el que ha dado fe a todos con haber resucitado a su Hijo Jesucristo (5). Así que Dios te ha dado evidencias de que aquel Jesús de Nazaret era nada menos que su Hijo, que había venido al mundo a morir en tu lugar. Para que no tengas que creer cosas que son increíbles. Y para que nadie diga que no cree en Cristo porque no puede, sino en todo caso porque no quiere.
(1) 2ª Epístola de Pedro 1.16
(2) 1ª Epístola de Juan 1.1,3
(3) Hechos de los Apóstoles 2.22-24
(4) Hechos de los Apóstoles 26.26
(5) Hechos de los Apóstoles 17.31
Unas semanas después de recibir la noticia esperanzadora de la tregua de E.T.A. supimos que concedían el Nóbel de la paz a dos de los protagonistas del proceso de paz de Irlanda del Norte. Y con estas cosas parece que la palabra "paz", que tanto se manosea, cobra valor y significado. ¡A ver si es verdad que se logra la paz, tanto allí como aquí!
De todas formas, ¡ya nos podíamos dar con un canto en los dientes si, terminando con el problema del terrorismo, acabáramos con todo lo que nos impide estar tranquilos y convivir en paz con nuestros semejantes! Aquí en Soria, por ejemplo, vemos los problemas del terrorismo con el alivio que produce la distancia. Sin embargo, no estamos libres de contiendas entre pueblos cercanos, violencia en el seno de las familias, riñas entre amigos, discusiones en la comunidad de vecinos, conflictos en los colegios y en los institutos, enfrentamientos políticos, rivalidades en el trabajo... Y por más que nos movamos en el ambiente más pacífico del mundo (nuestra provincia tal vez lo sea) no mejoramos de forma sustancial. ¿Qué nos pasa, que somos tan pendencieros?
El Señor Jesucristo dijo en una ocasión unas palabras que nos dan la clave: "Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez... Todas estas maldades, de dentro salen, y contaminan al hombre" (1). Así que la violencia no sólo nos la traen desde fuera los terroristas, o los vecinos, o quien sea, sino que nos sale de dentro. ¿Y qué podemos hacer?
Ahora hay muchos libros que pretenden ayudarte a cambiar esas malas inclinaciones con técnicas de autocontrol y teorías sobre el poder de la mente. ¿No has visto alguno de ellos? Es muy fácil encontrarlos en los estantes de las librerías y en los catálogos. Lo que quizás no es tan fácil es encontrar a alguien que pueda decir que esos libros le han quitado el mal que lleva dentro.
Lo que el evangelio presenta es otra solución; mucho más sencilla, y sin embargo, que muy poca gente está dispuesta a aceptar. Esa solución pasa por entender que toda esa violencia y esa maldad que nos quitan la paz salen de nosotros porque estamos enemistados, en último término, con nuestro Creador, el que nos hizo (y no precisamente con la intención de que nos odiáramos y nos agrediéramos unos a otros). El mismo envió a su Hijo al mundo y lo expuso a las envidias y la violencia de los hombres, hasta el punto de que lo torturaron y lo crucificaron. ¿Y con qué fin? Para que él, siendo inocente, pagara por nosotros los culpables:
"El no cometió pecado...; cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente... El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (2).
Y una vez entendido eso, ¿qué nos queda hacer? Pues para explicarlo, déjame que te hable de nuevo de los terroristas: Imagina qué sencillo sería llegar a la paz en los casos de terrorismo si todos los que han matado, secuestrado, torturado o extorsionado, reconocieran sus culpas, pidieran sin más perdón, depusieran las armas y se entregaran sin condiciones para ser juzgados. (Lastima que esto sólo es una quimera, y que el problema es bastante más complejo). Pero en el caso de nuestras culpas delante de Dios, ahí está la solución: primero, reconocer nuestras culpas y aceptar el juicio de Dios sobre nosotros. Y luego pedir perdón a Dios sin condiciones y rogarle que, a la vez que nos perdona, nos dé un corazón nuevo para sentir y reaccionar de manera diferente. El dice: "Les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra... y les daré un corazón de carne" (3). Y recuerda esas otras palabras de Cristo: "La paz os dejo, mi paz os doy" (4). ¡Nada menos que la paz de Dios!
(1) Evangelio de Marcos 7.20-23
(2) 1ª Epístola de Pedro 2.22-24
(3) Profeta Ezequiel 11.19
(4) Evangelio de Juan 14.27
Hace unos años vi un belén de barro muy original que me llamó mucho la atención. Original por lo realista que era: Si no recuerdo mal, se veía a José construyendo con su serrucho una cuna, mientras la Virgen María estaba acostada con el niño a su vera y una comadrona recogía los utensilios que se habían usado en el parto. ¿Verdad que eso no es lo común en los belenes corrientes?
Estamos más bien acostumbrados a ver a un San José de pie, apoyado inmóvil sobre su cayado; un niño tendido sobre las pajas, descubierto y con poco aspecto de recién nacido; y una Virgen María sentada, en actitud de oración y con una aureola de santidad, que destaca también sobre las cabezas de San José y del niño Jesús. ¿De veras creemos que esa fue la estampa que se encontraron los pastores que acudieron a ver al recién nacido? ¡Que le digan a cualquier madre si a las pocas horas de dar a luz una mujer puede estar sentada como si nada, recibiendo a los visitantes! El belén aquel de barro reflejaba con más fidelidad la historia de la Navidad que otros.
Pero esa imagen tan irreal que han presentado siempre los pintores en sus cuadros y los belenes navideños nos plantea un problema:
Podemos llegar a pensar que el nacimiento virginal de Cristo es un mito, una leyenda que no ocurrió en realidad. Que la historia de la Navidad no es historia, sino cuento. Y nada más lejos de la intención de los evangelios que contar el nacimiento del Mesías como un cuento. ?Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos? eso os anunciamos? (1) ? dice el apóstol Juan.
Jesucristo fue un hombre de carne y hueso, sin aureolas de santidad en la cabeza. Su alumbramiento debió de ser tan traumático para su madre y para él como lo ha sido para cada ser humano. No fue un ermitaño extravagante, sino que trabajaría de carpintero hasta que llamó a sus discípulos a dejar sus redes y seguirle. No fue una aparición que habló con voz de ultratumba, sino un hombre accesible, al que acudió aquel centurión que no se veía digno de que Jesús entrara en su casa, pero cuyo hijo fue sanado por una palabra de él. No era un místico apartado del mundo, sino un pastor cercano a sus ovejas, que se desvió adrede de su camino a la ciudad de Sicar para encontrar allí, junto a un pozo, a la pobre mujer samaritana y charlar de sus problemas. No fue un ser distante, sino el maestro cercano que enseñaba en las playas o en las casas y al que los niños se podían arrimar.
¡Pero cuidado! Que él fuera un hombre de carne y hueso como los demás no quiere decir que fuera igual que los demás. Él fue un hombre singular; único. Pero no por su aspecto. Fue singular porque nació en Belén (el pueblo donde estaba profetizado que nacería el Mesías), y vino al mundo en el seno de una virgen. Se hizo evidente que era un hombre excepcional por sus milagros, hechos a la vista de cientos de personas, sin truco ni cartón. Fue diferente a todos los demás en que nunca nadie pudo reprocharle una mala conducta, y con toda autoridad las reprochó él a los sacerdotes y gobernantes de su tiempo. Ningún otro hombre ha podido como él anunciar el tiempo y la forma en que moriría. Y sobre todo, fue un hombre singular porque resucitó de los muertos, dando así coraje a los suyos (que le habían visto colgado en una cruz) para salir a la calle y predicar con osadía el evangelio.
En definitiva, Jesucristo no fue una figura mítica de la que no quedó más rastro en la historia que unas leyendas. No, sino un hombre real que nació y murió en lugares concretos de Palestina, y que hizo una mella en la historia como ningún otro hombre; ¡hasta el punto de partir la historia en dos! ¿O no hablamos de los años antes de Cristo y después de él?
Así que la Navidad no es sólo una historia? La Navidad es historia. Es el relato de lo que ocurrió hace casi 2.000 años en un pueblo de Palestina. El hecho más importante de toda la historia humana. Que Dios se hizo hombre para salvar a los hombres. Que el Inmortal se hizo mortal para morir por ti y por mí en una cruz, y así pagar el precio de nuestra paz con él.
(1). 1ª Epístola de Juan 1.1 y 3.
(2). 1ª Epístola de Pablo a Timoteo 1.15
Así han titulado la última película de "Dreamwork Pictures", estrenada la Navidad pasada, que es en realidad el relato en dibujos animados de la historia bíblica de Moisés y la salida del pueblo de Israel de Egipto.
En el Éxodo se narra cómo Moisés, abandonado en una canastilla en el río Nilo al poco de nacer, y criado en la corte del faraón como un egipcio, conoce su origen israelita y se siente impulsado a defender a su pueblo, oprimido bajo la esclavitud de los egipcios. Eso le coloca en una delicada situación, que le obliga a huir al desierto, donde Yahveh lo llama y le da el encargo de sacar a los israelitas de allí. Así que, regresa con su pueblo y, en compañía de su hermano Aarón, se enfrenta al faraón, respaldado por los prodigios que Dios hace por medio de ellos dos. Por fin, el pueblo sale camino del desierto, franqueando la muralla del mar Rojo gracias a un milagro más del cielo.
La película es entretenida y emocionante, como también la historia en que está basada. Pero si uno conoce algo del resto de la Biblia, aquello que ocurrió en Egipto cobra un significado y un valor inusitados. Parémonos sólo en un detalle: la Pascua.
?La Pascua? fue el nombre que se dio a una fiesta que los israelitas celebraban en recuerdo de la noche que salieron apresuradamente de sus casas en Egipto para cruzar el mar Rojo. Dios mandó que aquella noche señalada cada familia sacrificara un cordero de un año que no tuviera defecto alguno (ni enfermedad, ni cojera, ni ceguera, ni cosa parecida), que untaran los postes y el dintel de la puerta de casa con la sangre del cordero sacrificado, y que luego lo comieran asado, preparados para salir de viaje después de la cena. Aquella noche vendría la última de las plagas que azotó Egipto mientras el faraón se empeñó en no dejarles marchar: El primogénito de cada familia moriría al paso de un ángel que, allí donde viera sangre en la fachada, pasaría de largo. De esta manera los israelitas que siguieron las instrucciones de Moisés fueron librados de esa mortandad, mientras que los egipcios fueron víctimas de ella. Fue aquella misma noche cuando, con sus enseres a cuestas y saliendo a toda prisa, los israelitas abandonaron la tierra de su esclavitud.
Siglos después, sobre el año 30 de nuestra era, una "familia" singular se reunía en un aposento a celebrar la Pascua. Se trataba del Maestro, el Señor Jesucristo, y sus doce discípulos. Habían sacrificado un cordero, y mientras lo cenaban, el Maestro les habló de otro sacrificio: Él mismo había de morir a las pocas horas. Efectivamente, cuando terminaron de cenar, salieron andando al Monte de los Olivos, y allí acudió una multitud armada dispuesta a prenderle. Y después de un juicio que no demostró sino que era inocente, fue entregado a las autoridades romanas para ser crucificado.
Pocos años antes, al comienzo de la aparición pública de Jesús, había dicho de él el profeta Juan el Bautista: ?He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo? (1). ¿Nos damos cuenta? Aquel cordero que cada familia israelita sacrificó la noche de la Pascua y cuya sangre les libró del juicio de Dios, no era más que un símbolo del Mesías: Perfecto e inocente, como el Señor Jesús, "el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca" (2). Y sacrificado, como Cristo, cuya vida entregada en la cruz responderá ante el juicio de Dios por aquél que en él confía. Y, así como aquel cordero representaba la promesa de una vida nueva de libertad para un pueblo esclavo, así lo es Cristo para el creyente: "Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir?, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación" (3).
¿Vives la vida vacía que la mayoría vive, o la nueva vida que Cristo ofrece? ¿Y sabes lo que será de ti el día que Dios te juzgue? Es cuestión de tener o no pintados los dinteles con la sangre del cordero; haber puesto tu fe o no en el que derramó por ti su propia sangre.
(1). Evangelio de Juan 1.29.
(2). 1ª Epístola de Pedro 2.22.
(3). 1ª Epístola de Pedro 1.18-19.
Tengo entendido -dijo- que cada vez que la Inquisición condena a un hombre por causa de un libro, este libro queda en entredicho. Y no me refiero solamente a obras anticristianas. El Catálogo de Lovaina, por ejemplo, prohibió hace seis años la Biblia y el Nuevo Testamento traducidos al castellano. Es cosa sabida que el pueblo español está condenado a desconocer el libro de los libros?"
Son palabras del capitán Heinrich Berger a Cipriano Salcedo, en una travesía en barco de Alemania a España en 1.557, que Miguel Delibes recrea en el capítulo I de su última novela: "El hereje".
En aquel entonces, retirado ya Carlos I en el monasterio de Yuste, Felipe II completaba la labor de represión que su padre iniciara contra lo que llamaban la ?herejía protestante?. Y precisamente víctima de aquella represión nos presenta Delibes al personaje central de su novela: Cipriano Salcedo, ?contagiado? de las ideas protestantes por algunos de los miembros de la naciente congregación reformada de Valladolid.
En el 4º centenario de la muerte de Felipe II, aprovechado por muchos para cantar sus glorias, ha sido valiente Delibes para abordar la faceta tal vez más negra de aquel monarca: la de su intransigencia religiosa y su apoyo a la Inquisición. "El hereje" no carga las tintas sobre los odiosos episodios de tortura y crimen de aquella horrenda institución, pero necesariamente los aborda. ¡Cómo no!, si la Reforma y la divulgación de la Biblia en castellano fueron ahogadas entonces por la contundente aplicación de la tortura, la confiscación y la hoguera.
Hoy la Biblia ya no está encadenada. Cualquiera puede leerla y extraer sus conclusiones, sin miedo a ser perseguido o marginado por ello. Y, sin embargo, se diría que todavía sigue en pie lo que el capitán Berger decía: "El pueblo español está condenado a desconocer el libro de los libros". Hoy es el materialismo, la televisión, la escasa afición a la lectura y tal vez el desprestigio que algunos han volcado sobre la Biblia, lo que la mantiene alejada e ignorada de la mayoría de los españoles. ¡Lástima!
Pero el personaje central de la Biblia, Jesucristo, dijo: "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí" (1). En ellas hallamos al Hijo de Dios, y en él encontramos la vida eterna.
En ellas escudriñaron hace 400 años aquellos hombres y mujeres inquietos de la época de la Reforma, y en Cristo encontraron una paz con Dios y con su conciencia que no pudieron hallar en una religión de mandamientos y penitencias. La misma paz y certeza de salvación de la que hablaron también los apóstoles:
"Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (2). "Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (3).
1. Evangelio de Juan 5.39.
2. Epístola de Pablo a los Romanos 5.1.
3. Epístola de Pablo a los Romanos 8.38-39.
Desde el día que Yahvé hizo aparecer sobre la Tierra el arco iris por vez primera tras el diluvio, la lluvia ha sido para los hombres, símbolo más de bendición que de juicio. Y así, los israelitas contaban entre las promesas del Señor la de recibir la lluvia a tiempo: "Yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto" (1)- decía la ley. La escasez de lluvia era, por tanto, entendida como maldición de Dios.
Este año en España - dicen preocupados los meteorólogos - vivimos una situación de sequía. El invierno ha sido muy seco, y al principio, el mes de abril no fue precisamente de aguas mil. Todo el mundo, empezando por los agricultores, se quejaba de la situación, y algunos levantaban su puño contra el cielo echándole a Dios la culpa.
Sin embargo, cuando llueve después de semanas de sequía, y los campos sedientos se apresuran a reverdecer como mostrándose agradecidos, ¿cuántos levantan al cielo sus ojos para dar gracias a Dios.
El apóstol Pablo, predicando en la ciudad de Listra, hablaba de Dios como el que "nos hace bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones" (2). Pero hay muchos que no quieren verlo así. Cuando les falta, blasfeman, y cuando les sobra, se complacen en sí mismos: "Y no dijeron en su corazón: Temamos ahora a Yahvé Dios nuestro, que da lluvia temprana y tardía a su tiempo" (3).
El rey David, poco antes de morir, habló proféticamente de "un Justo que gobernará entre los hombres", y dijo de él: "Será como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra" (4). ¿Y de quién iba a estar hablando, sino del Mesías? No ha habido entre todas las bendiciones de lo Alto otra mayor que ésta, capaz de hacer brotar la vida en el terreno seco y estéril de los corazones de los hombres.
Tal vez tu vida sea algo así como un secadal que no da fruto para nadie. Un campo baldío, que necesita ser desbrozado, regado y cultivado. Pues mira: como dependemos del cielo para recibir la lluvia, así dependemos de Dios para limpiar nuestras vidas, cambiarlas y hacerlas útiles. Él envió al Mesías, el Señor Jesucristo, precisamente para eso: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (5).
Ahora bien, déjame que te haga una advertencia. Dice también la Escritura que "la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos que la labran, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos no vale nada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada" (6). ¡No escuches indiferente el mensaje de perdón y salvación que Dios ofrece por medio de Cristo! El que escucha el evangelio como "el que oye llover", con la misma ingratitud con la que muchos reciben la lluvia a tiempo y la vida a cada instante, se arriesga a ser como esa tierra maldecida y por fin quemada. ¡Que Cristo sea para ti "como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra"! (7)
(1). Levítico 26.4
(2). Hechos de los Apóstoles 14.17
(3). Jeremías 5.24
(4) y (7). 2º Libro de Samuel 23.3-4
(5). Evangelio según Juan 10.10
(6). Epístola a los Hebreos 6.7-8
Eso dice la canción. Y también tenemos sanjuaneras que cantan el placer de beber sin medida: "Con el tinto sabroso y dulzón que se bebe sin tregua en San Juan, se podría llenar, creo yo; se podría llenar otro mar. De poderse el humor repartir entre gentes que viven sin paz, todo el mundo sería feliz, regalando el que sobra en San Juan". Y también otra ensalza la bota, que dice infunde alegría de noche y de día, y siempre en San Juan. Esta visto: el vino y la alegría van de la mano. Y si alguien lo duda, que vea los anuncios de bebidas alcohólicas, y se convencerá.
Eso es verdad; "el vino alegra el corazón del hombre" (1). ¿Pero es toda la verdad? Preguntemos a la Policía Local de Soria, que tiene que vérselas con los jóvenes de las litronas y el calimocho los sábados por la noche en la Dehesa. O pidamos opinión al que ha sufrido de cerca un accidente de tráfico provocado por el exceso de alcohol. O a la madre de familia que es maltratada por un marido borracho. O al alcohólico que está luchando por librarse del hábito... ¿Qué alegría les infunde a ellos el alcohol?
Está claro que lo que dicen las sanjuaneras, lo que se asume en nuestra cultura y lo que nos mete por los ojos la publicidad NO ES TODA LA VERDAD.
NOS HACEN CREER... PERO LO CIERTO ES...
· Que beber es sinónimo de alegría y jolgorio. · Que tiene efectos secundarios: vómitos, resaca, dolor de cabeza, vértigo...
· Si eres adolescente, te dan a entender que el beber te hace una persona adulta. · Que precisamente el consumo excesivo de alcohol entorpece el crecimiento y el desarrollo intelectual.
· Que beber es un signo de madurez e independencia. · Que te hace perder el control sobre ti mismo y puede crear dependencia.
· Que es un factor de éxito en las relaciones sexuales... · Que provoca inhibición sexual, e incluso impotencia.
· Que el alcohol es un aliado para hacer amigos. · Que el alcohólico suele terminar perdiendo las amistades y a la familia.
· Que ayuda a olvidar las penas. · Que olvidar no es solución, y que el alcohol añade nuevos problemas a los que ya tienes.
¿Te das cuenta de que nos pretenden engañar?
En un suplemento de domingo del Heraldo Soria 7 días del mes de mayo publicaron un reportaje sobre los jóvenes sorianos que beben sin medida los fines de semana. Decía que el Servicio de Urgencias del INSALUD ha constatado que la edad en que empieza a consumirse alcohol con exceso es cada vez más precoz: alrededor de los 12 años. Y también decía que los jóvenes no beben por beber, sino porque su vida no les satisface en algún aspecto esencial.
Es de temer: Que el que se lanza a beber hasta emborracharse siempre que quiere pasar un buen rato es que tiene alguna insatisfacción honda. Algo le falta ¿Pero quién no tiene alguna sed del alma no satisfecha? Lo malo es que ni el vino ni la juerga la llegan a saciar.
En los evangelios se cuenta la historia de una mujer insatisfecha y con sed, que llevaba una vida desordenada y sin meta. El Señor Jesús le salió al encuentro en un pozo, cuando ella iba a buscar agua, y le dijo: "Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás" (2).
El que dijo eso no fue el Cristo rancio de los crucifijos y los pasos de Semana Santa, sino el que anduvo sobre las aguas, el que resucitó muertos... ¡El que convirtió el agua en vino en un convite de boda! El que murió en la cruz, sí, pero resucitó de la tumba para dar fe de que él puede dar vida nueva y saciar la sed a todo el que se lo pida.
Si acudes a él con arrepentimiento y fe no vas a quedar defraudado. Él no engaña. La publicidad lo hace. La sociedad también. Nosotros podríamos hacerlo; ¡vete a saber! Pero él no: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (3).
(Y, si eres sanjuanero, acuérdate de esto cuando se acaben las fiestas).
(1).Salmo 104.15
(2). Evangelio de Juan 4.13-14.
(3). Evangelio de Juan 7.37.
Si nos viene un amigo o pariente unos días a Soria, ¿a dónde lo solemos llevar de visita? Muchos, a la Laguna Negra. Porque, sin despreciar otros parajes preciosos de la provincia, la tierra de Alvargonzález tiene un encanto especial, ¿verdad? Los cortados de las peñas, los pinos centenarios y las hayas, las oscuras aguas de la laguna y la clara espuma de la cascada? constituyen un espectáculo imponente que nos llena los ojos y el alma. Y que deja pasmados a los que vienen de fuera.
Ya hace muchos años que hay cerca ya de las últimas escaleras un cartel de madera que dice: ?DIOS CREÓ ESTE MARAVILLOSO PAISAJE PARA VUESTRO RECREO. ¡CUIDADLO!? Pero sólo hace unos meses que alguien añadió algo al mensaje con una barra de labios: unos signos de interrogación en la primera palabra: ?¿DIOS??
¿Quién pondría allí esa interrogación? ¿Quizá alguien que duda de la existencia de Dios? Pero una cosa es la duda y otra cosa es el afán por quitar a Dios de en medio. Y ese afán existe hoy en nuestra sociedad: ¿Cuánto mencionamos a Dios en las conversaciones? ¿Cuánto se habla de él en los programas de televisión? ¿Quién confiesa abiertamente de su fe en Dios sin sentir algo de vergüenza? Y si, en medio de un paraje magnífico que habla elocuentemente del poder, la sabiduría y el arte del Creador, se menciona la palabra "Dios", le ponemos unos signos de interrogación. ¿Dios? es hoy, en España, una palabra tabú.
Lo mismo pasa en el terreno de la investigación científica. Muchos de los científicos que se ocupan del origen de la vida y del cosmos llevan largo tiempo intentando deshacerse de la idea de un Dios creador. Sin embargo, parece que cuanto más profundizan, más inevitable resulta admitir la existencia de una inteligencia que haya diseñado todo lo que vemos.
Sin admitir la existencia de un Creador personal, no pueden explicar cómo es que el universo tiene forma; es decir, no es un puñado de guijarros arrojados al azar. Y se topan con curiosas "casualidades", una serie de circunstancias felices sin las que nuestra existencia en la Tierra sería imposible. Por ejemplo; si la proporción de protones y neutrones se alterara un pelín, las estrellas como el Sol, que consumen hidrógeno, no existirían. Son cosas que quizá los profanos no entendemos bien, pero que sí entienden ellos. Y saben que sólo en un universo con leyes y condiciones como éstas podría darse la vida, y existir seres racionales capaces de preguntarse por el origen y el sentido de la vida, y albergar en su corazón la idea de un Dios creador. ¿No es mucha "casualidad"?
¿Por qué, entonces, ese afán de quitar a Dios de en medio? Sospechamos que por las implicaciones morales que tiene: ?Si hay un Dios inteligente y personal, debe de conocerme a fondo y ver todo lo que hago, digo y pienso; así que tengo una responsabilidad moral ante él. Prefiero pensar que no existe?.
Si de veras nos interesa si hay Dios o no; si queremos saber quién hay detrás de la belleza de la Laguna Negra, de la maravilla de la vida vegetal y animal, de la complicada y asombrosa naturaleza humana, y de la grandeza y la sincronía del universo; no huyamos de Dios. No le pongamos a priori los signos de interrogación. Estemos dispuestos a escuchar la voz de la creación, a no desoír la de la conciencia y a afrontar la responsabilidad que implica el hecho de que Dios nos haya hecho y nos conozca. No sea que nos demos cuenta de ello el día que tengamos que rendir cuentas ante él.
¿Dónde van a estar? En el cementerio... ¿A que no nos vale esa respuesta? Cuando alguien pregunta dónde están los muertos no está pensando en dónde se dejan sus cuerpos, sino a dónde van sus almas. De hecho, la palabra "cementerio", en griego, no quiere decir "mortuorio", sino "dormitorio". Y en todas las épocas y las culturas el hombre ha tenido la intuición de que la muerte no acaba con todo; que hay un más allá.
Cualquiera puede comprobar eso en los museos arqueológicos, donde hay salas enteras dedicadas a los ritos funerarios de nuestros antepasados.
Actualmente, el día 1 de noviembre sigue siendo en España un día de recuerdo de los muertos y de visita a los cementerios. El que se acerca al sepulcro de un ser querido lo hace convencido de que aquél al que llegó a querer tanto, no ha podido desaparecer sin más. Que su alma pervivirá en algún sitio. ¿Pero dónde? Muchos, aunque tienen una religión que les habla del más allá, no saben lo que les espera allí ni albergan la esperanza de la vida eterna.
El mismo Jesús se encontró con gente así. En una ocasión, un hombre llamado Jairo, angustiado por la gravedad de su hija de doce años, acudió a Cristo a pedir que la curara, pero mientras iban de camino, la muchacha falleció. Cuando llegaron a casa, encontraron un panorama desalentador: alboroto, llanto, lamento, tristeza y desesperación. Jesús, entrando, les dijo: ?¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme? (1). Y en ese momento algunos de los lamentos se trocaron en risas burlonas. No se lo creían. No creían que la muerte fuera un sueño del que tarde o temprano se despertaría? Y eso que eran judíos; un pueblo muy religioso. Y, en teoría, creyentes en Dios, en los profetas, en la resurrección y en la vida eterna. Pero sólo en teoría.
Igualmente muchos viven así hoy día. Tal vez recitan de vez en cuando el credo, que habla de la resurrección de los muertos y la vida futura; entierran a sus muertos por un rito religioso; acuden quizá a los cementerios el día de todos los santos? Pero la muerte los desconsuela porque no tienen la esperanza de la vida eterna. Al menos viven como si no la tuvieran. Como si en este mundo estuvieran todas sus metas y sus ambiciones. Como si nunca tuvieran que rendir cuentas de sus hechos ante Dios después de la muerte. Como si no les importara dónde están los muertos.
Y en definitiva, ¿dónde están? Bueno, hay muchas teorías diferentes sobre el más allá. Pero sólo sabemos de uno que haya demostrado por su nacimiento, vida, obras, y aun por su muerte, que puede hablar del más allá con conocimiento de causa. Ése es Jesucristo, que dio pruebas de su origen sobrenatural; y que, tal como anunció, resucitó después de morir. Él no habló de reencarnación, ni de purgatorio, ni del paraíso que sueñan los musulmanes. Habló del cielo y del infierno. Es decir, la salvación y la condenación; el disfrute eterno de la compañía de Dios y el apartamiento doloroso de Él por causa de nuestros pecados.
Pero es más: "Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (2). Y a una mujer desconsolada por la muerte de su hermano le dijo: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquél que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?" (3). No es cuestión de que tengas que ganarte el cielo a base de esfuerzos y sacrificios, sino que creas en aquél que presentó a Dios el único sacrificio que podía borrar nuestro pecado: su vida sin mancha entregada en la cruz. Es cuestión de que rindas el corazón al que "por la gracia de Dios gustó la muerte por todos" (4). Al único que "puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (5). Y cuando te hayas convertido de corazón a Jesucristo, podrás decir como el apóstol Pablo: "Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia? Teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor" (6).
(1). Evangelio según Marcos 5.39
(2). Evangelio según Juan 3.17
(3). Evangelio según Juan 11.25-26
(4) y (5). Epístola a los Hebreos 2.9 y 7.25
(6). Epístola a los Filipenses 1.21, 23
No sé si serás de los que no creen en que Jesús nació de una virgen, o si tal vez lo creerás con mucha dificultad. La verdad es que, pensándolo fríamente, se hace cuesta arriba creer que una joven doncella que se queda embarazada venga diciendo que el hijo que lleva dentro es del Espíritu Santo. ¿Aceptar esto no es comulgar con ruedas de molino?
Bueno, en principio, los mismos protagonistas de la historia fueron los primeros que dudaron. José, por ejemplo. Mateo nos cuenta que, cuando recibió la noticia, no dijo: "¡Qué bien, el Señor ha hecho un milagro!" ¡Qué va! Al contrario; disgustado por la noticia de que ella estaba en estado, pensó romper su compromiso y abandonarla. Algo grande tuvo que pasar para que él cambiara de opinión. Mateo cuenta que es que un ángel se le apareció.
Por otro lado, si María se quedó en estado por un desliz con un hombre, se supone que habría esperado a que le creciera el vientre para contar su excusa de que había concebido por el Espíritu Santo. Pero no. Nos cuenta Lucas que, justo después de recibir el mensaje del ángel de que quedaría embarazada, salió corriendo a las montañas de Judea a visitar a su parienta Isabel y a compartir con ella la noticia. ¡Cuando todavía no le había crecido el vientre y ni siquiera habría tenido la primera falta!
Pero eso no es todo: Había muchas profecías en el Antiguo Testamento que hablaban del Mesías que habría de venir. Una de ellas decía que una virgen concebiría y daría a luz un hijo. Y otra, que el Mesías debía nacer en Belén, la aldea del rey David. Todo eso se fue cumpliendo punto por punto en la historia de Jesús de forma extraordinaria. Así, por ejemplo, nació en Belén, no porque sus padres residieran allí, sino porque el César publicó un edicto ordenando que todos los habitantes de la provincia fuesen empadronados, para lo cual José y María tuvieron que trasladarse a Belén, de donde procedía su familia. Además hubo otros acontecimientos notables que acompañaron el nacimiento de Cristo: Los pastores que, avisados por unos ángeles, fueron a buscar el lugar donde María dio a luz al niño. Los sabios que vinieron de Oriente a adorarle como rey de los judíos. Los ancianos Simeón y Ana, que lo recibieron como el Mesías prometido cuando sus padres lo fueron a presentar al templo de Jerusalén...
Pero si aún nos fuera difícil creer que Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo, fijémonos en su vida posterior: ¿Quién ha hecho los milagros que él hizo a la vista de tanta gente? ¿Quién ha enseñado con la autoridad y la sabiduría que él lo hizo? ¿Quién ha cumplido como él tantas profecías del Antiguo Testamento? ¿Quién ha anunciado jamás su propia muerte y su resurrección, y luego ha cumplido sus palabras?
En conclusión, Dios sabe que la historia de una joven soltera que queda embarazada y dice que ha sido por obra del Espíritu Santo, es difícil de creer. Pero cuando alrededor de esa historia hay tantas evidencias de la mano de Dios interviniendo sobrenaturalmente, y luego el niño que nace resulta ser de mayor el hombre más singular de la historia, ¿qué quieres que te diga? A mí no me cuesta creer la historia de María. Al fin y al cabo, si Jesús era el Hijo de Dios, es de esperar que no viniera a este mundo como vinimos tú y yo; como uno más de los hijos de los hombres.
Poesía
Ay, niño
maravilloso,
por tus mejillas,
por tus ojos preciosos
y tu sonrisa,
por tu pelo de oro
hecho sortijas,
por tu frente de nieve
y tu boquita,
por tus manos de nácar
de maravilla,
por tu carne rosada,
rosada y limpia.
Ay, niño maravilloso,
¿por tus mejillas?,
¿por tu boca de gracia
y tu sonrisa?,
¿por tu pelo de oro
hecho sortijas?
¿por tu frente de nieve
de maravilla?,
¿por tus ojos preciosos,
brasa encendida?,
¿por tu carne sagrada,
rosada y limpia?
Todo eso son perlas
de tu hermosura,
pero eso no hizo
nuestra ventura.
Fue tu amor y clemencia
lo que te trajo
a este valle de sombras
para buscarnos.
Para ti fue martirio,
fue sacrificio.
Fue tu sangre preciosa
la que, vertida
en la cruz del Calvario,
nos da la vida.
Revista internacional TIME (6, diciembre, 1999):
"El recuerdo de cualquier periodo de tiempo termina a menudo por reducirse a una lista de nombres, de modo que una de las formas más útiles de hacer recuento de los dos milenios que han pasado es enumerar los nombres de quienes llegaron a tener más influencia y poder: Mahoma, Catalina la Grande, Hitler, Roosevelt, Stalin y Mao nos vienen enseguida a la memoria. No cabe duda que todos esos personajes cambiaron las vidas de millones de personas y concitaron reacciones diversas, que van desde la adoración hasta el aborrecimiento. Sin embargo, mucho tendría que especular el que quisiera negar que la figura más singular e influyente (no sólo de estos dos milenios, sino de la toda la historia humana) ha sido Jesús de Nazaret. No sólo porque el sistema predominante de fechar la historia está basado en la fecha de su nacimiento, sino también porque razonablemente se puede argumentar que nadie ha tenido ? ni remotamente - una influencia tan poderosa y duradera como él. Y ésta es una conclusión asombrosa si se tiene en cuenta que Jesús fue un hombre que vivió una vida corta en una región rural deprimida del Imperio Romano, y que murió en agonía como un criminal convicto".
Lleva razón este periodista: es asombroso e inexplicable... A no ser que la explicación sea que Jesús era más que un humilde carpintero de Galilea; que era el mismísimo Dios hecho hombre. Y por eso él ha influido en la vida de más millones de personas que ningún otro personaje de la historia. Sin ir más lejos, en el mundo entero hemos estado celebrando hace poco que hemos pasado al año 2.000; o sea, que hace 2.000 años que Jesús nació en Belén. ¡Vaya influencia!
Pero aparte del año en que vives, ¿de qué otra manera ha influido Jesucristo en tu vida? "Bueno, me bautizaron de pequeño" me dirás. Y seguramente también habrás hecho la Primera Comunión y la Confirmación. Quizá hasta lleves una cruz colgada del cuello. Además muchas bodas (y todos los funerales) a los que asistes serán por la Iglesia. Y si eres de los practicantes, irás a Misa con regularidad; si no, ni siquiera eso. ¡Un momento! Déjame que te haga una pregunta: Si Jesucristo es el Hijo de Dios, ¿crees tú que él vino a este mundo sólo para cambiar esas pequeñas cosas de tu vida? ¿Crees que se dejó clavar en una cruz sólo para eso? ¿Con eso te conformas?
Ha habido hombres y mujeres en todos los tiempos para los que Jesús de Nazaret ha significado mucho más que unas cuantas costumbres religiosas: Zaqueo, un sagaz recaudador de impuestos que, al hacerse amigo de Jesús, devolvió todo lo que había defraudado y dejó de manejar dinero negro. María la de Betania, una mujer que dejaba la tarea que fuese por sentarse a escuchar las palabras del Maestro cuando venía a su casa y que en una ocasión quiso honrarle derramando sobre sus pies un perfume carísimo. O el ladrón de la cruz, que, aun viendo a Jesús crucificado, lo reconoció como Rey y Salvador, y halló en él perdón y vida eterna.
Estas personas, y muchos miles como ellas hemos obtenido por la fe en Jesucristo mucho más que unos ritos y una religión. Escucha lo que los primeros cristianos decían haber recibido por la fe en él:
Perdón de todos los pecados: "Todos los que en él creyeren recibirán perdón de pecados por su nombre" (1).
Paz con Dios: "Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (2).
Una vida transformada: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas" (3).
Una alegría incomparable: "A Jesucristo le amáis sin haberle visto, y creyendo en él, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso" (4).
Una esperanza segura de la vida eterna: "El que oye mi Palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida" (5).
¿Tienes tú todas estas cosas? ¿Tienes el perdón de todos tus pecados y la paz con Dios? ¿Has visto un cambio en tu vida? ¿Tienes la alegría de la salvación y la seguridad de la vida eterna? Pues si tu respuesta es no, plantéate entonces si de verdad eres cristiano. Y si no lo eres, su invitación sigue en pie desde hace 2.000 años:
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (6).
Y si eres de los que pasan de estas cosas porque Jesucristo no te llama la atención, será que tienes de él la imagen que te ha dado un montón de gente que se dice cristiana y no lo es de verdad. ¿Por qué no lees los evangelios y sacas tus propias conclusiones? La decisión que tomes respecto a él te cambiará la vida. Como ha ocurrido a gente de toda condición desde hace 2.000 años.
(1). Hechos de los Apóstoles 10.43
(2). Epístola de Pablo a los Romanos 5.10
(3). 2ª Epístola de Pablo a los Corintios 5.17
(4). 1ª Epístola de Pedro 1.8
(5). Evangelio según Juan 5.24
(6). Evangelio según Marcos 8.34
Como cada año, la Semana Santa cambia el paisaje de los pueblos de España con el sonido estremecedor de tambores y trompetas que acompañan la procesión de múltiples efigies religiosas. Tirando, empujando o cargándolas al hombro, hombres y mujeres trasladan esas imágenes como si de un mandato divino se tratara.
¿Pero se trata de veras de algo que a Dios le agrada? Si te interesa saberlo o si eres de los que han acompañado algún paso de la Semana Santa, por favor, termina de leer lo que dice al respecto el profeta Isaías en la Biblia, por mucho que te sorprenda:
"El carpintero tiende la regla, lo señala con almagre, lo labra con los cepillos, le da figura con el compás, lo hace en forma de varón, a semejanza de hombre hermoso, para tenerlo en casa. Corta cedros, y toma ciprés y encina, que crecen entre los árboles del bosque; planta pino, que se críe con la lluvia. De él se sirve luego el hombre para quemar, y toma de ellos para calentarse; (...) y hace del sobrante un dios, un ídolo suyo; se postra delante de él, lo adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi Dios eres tú (...). No tienen entendimiento para decir: Parte de esto quemé en el fuego, y sobre sus brasas cocí pan, asé carne, y la comí. ¿Haré del resto de él una abominación? ¿Me postraré delante de un tronco de árbol? De ceniza se alimenta; su corazón engañado le desvía, para que no libre su alma, ni diga: ¿No es esto pura mentira lo que tengo en mi mano derecha?" (1)
Como éste hay decenas de pasajes en la Biblia que denuncian la superstición y la insensatez de venerar imágenes, que tienen ojos y no ven, que tienen oídos y no oyen las plegarias de sus devotos, que tienen piernas, pero tienen que ser cargados a hombros si quieren moverse de su lugar. Y si es degradante y poco inteligente para cualquiera hacer eso, mucho más para los israelitas, a los cuales el Dios eterno se había revelado como el Dios único y trascendente: "¿Quién midio las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados? (...) Como nada son todas las naciones delante de él. ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?" (2)
Sin embargo, la idolatría fue un pecado en el que los israelitas cayeron una y otra vez, hasta que por fin fueron castigados tajantemente, siendo derrotados por Babilonia, y exiliados a aquel país. Al cabo de 70 años regresaron a Palestina, pero habían aprendido la lección: Jamás volvieron a venerar imágenes. De modo que, cuando vivió el Señor Jesús, los judíos no las tenían y detestaban las que los romanos hacían a sus dioses.
Los primeros cristianos, siguiendo la enseñanza del Antiguo Testamento, tampoco tenían imágenes. Pero a medida que el cristianismo se fue propagando por el Imperio Romano, empezaron poco a poco a admitirlas. De hecho, muchos lugares de culto a dioses paganos se transformaron en templos o ermitas de veneración a imágenes de vírgenes o santos. Y, como el 2º mandamiento de la ley de Dios parecía estar abiertamente en contra de eso, sencillamente lo cambiaron. ¿Pero crees tú que un paganismo así remozado puede ser verdadero cristianismo?
La Biblia sigue enseñando lo mismo de siempre. Dios es único, eterno, invisible, trascendente, altísimo y santo. El segundo mandamiento en Éxodo capítulo 20 sigue prohibiendo rendir culto a las imágenes. Las enseñanzas de los apóstoles no han cambiado: «Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero» (3). Y las palabras del mismo Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, siguen resonando para todo el que las quiera oír: "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren" (4).
Te diré más: Hay personas para todo en el mundo que, habiendo escuchado el mensaje de la salvación por la fe en Jesucristo, nos hemos arrepentido de nuestros pecados y hemos abandonado toda devoción o veneración que no sea al que murió en la cruz por nuestros pecados, al Dios eterno hecho hombre por salvarnos. Y ya no nos ponemos el traje de penitentes en Semana Santa, porque sabemos que eso sólo conduce a una doble vida. Pero es más, porque sabemos que el que pagó por nuestros pecados no nos va a pedir pagar de nuevo por ninguno de ellos; ni con penitencias, ni con procesiones. Porque "en Cristo tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia" (5).
Poesía
Dioses de piedra
que siempre miran sin mirar;
crean supersticiones
en la gente sencilla,
y nunca saben ayudar.
Dioses de mármol que nunca bajan de su altar;
son fríos como el hielo, y las gentes del pueblo
dicen que aún saben llorar.
Son de madera; lucen plata y oro;
se ven como un tesoro,
pero arderán con la verdad. ¡Dioses pequeños!
Dioses humanos que un día u otro morirán
irremediablemente, pero mientras la gente
no quiere ver su vanidad.
Dioses livianos, con su principio y su final;
dioses que no son dioses,
pero son venerados para ocultar la realidad.
Dioses pequeños;
el hombre los quiso crear;
que no son más que mitos, mientras al Infinito
pocos le quieren escuchar.
Lole, cantante de flamenco. Álbum «Sigue Vivo».
1.- Isaías 44.13-20
2.- Isaías 40.12, 17-18
3.- 1ª Epístola de Pablo a los Tesalonicenses 1.9
4.- Evangelio según Juan 4.24
5.- Epístola de Pablo a los Efesios 1.7
6.- 1ª Epístola de Pablo a Timoteo 2.5
Donde va la gente" dice el refrán. ¡Cuántas cosas hay que hacemos sólo porque la mayoría lo hace!
Y quizá eso nos pasa más aún a quienes vivimos en lugares pequeños, donde todavía se tiene mucho respeto (si no miedo) al ?qué dirán?. Tendemos a no salirnos de la pauta que marca la mayoría, tratamos a toda costa de no ser menos que los demás y despreciamos al que no es tan afortunado, o es sencillamente diferente.
Citemos unos ejemplos, a ver si es así o no:
El niño que pide a su madre que a toda costa le compre calzado o ropa de esta o aquella marca porque la mayoría de sus compañeros la usan. ¡Y si sólo fueran los niños! La esclavitud de la moda corta a los jóvenes por el mismo patrón. Y de los más mayores, ¿no conoces señoras que se compran un abrigo de pieles por no ser menos que las demás?
Pero las modas no sólo son las de vestir. La televisión impone a la mayoría cómo emplear el tiempo, qué ver, qué comprar y qué opinar. De modo que la mayoría pasa horas delante del televisor viendo programas como "Gran Hermano", aunque luego en sociedad queda bien hablar mal de ellos y hacer ver que uno apenas los ve. Y a raíz de la publicidad la mayoría lucha por conseguir mejor coche, mejor casa, mejor tipo y mejor cara.
En las costumbres sociales también la presión de la mayoría aprieta: por ejemplo, los jóvenes que salen en tropel los fines de semana por la noche a ponerse hasta arriba de alcohol? porque la mayoría lo hace. O que, no sólo tienen relaciones prematrimoniales, sino que se burlan de la minoría que no lo hace. Lo mismo que el adulto que se ampara en que la mayoría defrauda a Hacienda para hacerlo él también sin ningún escrúpulo. Y lo que seguramente es más grave: el montón de familias que habrá que celebran ritos religiosos como bautizos, comuniones y confirmaciones llevados por la corriente de la mayoría y no por el dictado de sus convicciones.
Escucha, lector: ¿No estarás dejándote llevar tú también por la corriente? ¿No estarás, sin saberlo, empeñándote en acoplarte a la mayoría? Oye: ¿Y no te has dado cuenta que la mayoría es infeliz? Escucha las conversaciones entre los funcionarios, los obreros, los estudiantes, las amas de casa? y verás que la mayoría de la gente está descontenta con su trabajo, con sus compañeros, o con sus profesores, con su cónyuge, con su vivienda, o con su sueldo, con su cuerpo o con su suerte. La mayoría lanza quejas que suenan a descontento y críticas que huelen a envidia. ¿Y para eso todo el esfuerzo de imitar a la mayoría?
La fe cristiana que se nos presenta en el Nuevo Testamento no fue una cosa de mayorías. Ser cristiano de verdad no supone recibir felicitaciones y regalos de comunión (con sorteo incluido de una entrada a unas atracciones). Ser cristiano es, de hecho, optar por ir en contra de la corriente. A Jesucristo la mayoría lo rechazó: ?A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser llamados hijos de Dios? (1).
Ser cristiano implica recibir a Jesucristo como Señor y Salvador; dar un paso valiente y decisivo: el paso de la conversión. Que supone cambiar los principios y la forma de vida y las metas de la mayoría, para huir también de la infelicidad de la mayoría: "Feliz el hombre cuyo pecado el Señor no toma en cuenta" (2). No hay felicidad mayor que la de la paz con Dios y con la conciencia. Porque para eso se dejó Jesucristo maltratar por la mayoría, y aun clavar en una vergonzosa cruz: Para pagar por nuestros pecados, que nos han hecho infelices. Para que podamos ser recibidos por el Dios al que hemos ofendido. Para que seas una persona valorada y feliz en una relación personal con Dios. Para que no seas uno más de los muchos infelices de la mayoría.
(1). Evangelio según Juan 1.11-12
(2). Epístola de Pablo a los Romanos 4.8
La luz de la tarde recortaba la silueta de la ciudad de Cesarea de Filipo, alzándose con su fortaleza y sus murallas en medio del verdor de los manantiales del río Jordán, y al pie del imponente monte Hermón. Los doce discípulos habían venido acompañando a su Maestro desde el mar de Galilea, atravesando olivares, viñas y arroyos flanqueados de cañas, hasta la fértil llanura de Cesarea. Por allí, los caminos, bordeados de higueras y moreras, les conducían de una a otra de las aldea de la región.
En un recodo del camino Jesús se paró, y vuelto hacia ellos, les preguntó: - "¿Quién dicen los hombres que soy yo?". Ellos, mirándose unos a otros, contestaron: "Unos dicen que Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas". Jesús, no conforme con la respuesta, volvió a preguntar: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (1). Pedro, como portavoz de los doce, contestó: "Tú eres el Mesías; el Hijo del Dios viviente" (2).
Y tú, ¿te has parado a pensar en quién era Jesucristo? ¿Qué contestarías a esa pregunta?
Hay muchos que contestarían que Jesucristo fue un revolucionario, o un gran maestro o un profeta de Dios. También muchos de los que le conocieron lo pensaban: Que si era Elías o alguno de los profetas... Y sin embargo, Jesús no se conformó con eso. Piénsalo bien: Jesús no se conformaba con que le tuvieran por profeta, sino que esperaba que le vieran como el Mesías prometido y el mismo Hijo de Dios. Así que no vale decir que él fue un gran maestro. En realidad sólo quedan 3 alternativas: O estaba mintiendo, y entonces era un farsante. O se lo creía, y por lo tanto estaba loco. O es que de verdad era lo que decía ser. Una de tres.
¿Era un farsante?
Se hace cuesta arriba pensar que alguien que enseñaba a sus discípulos a decir la verdad a cualquier precio, y arremetía contra la hipocresía de los sacerdotes fuera él mismo un embustero. Eso lo convertiría en el más hipócrita de todos. Pero lo que ya es imposible es que un mentiroso se deje quitar la vida por mantener a sabiendas su propia mentira. Cuando le juzgaron, tras muchas acusaciones y falsos testimonios, el sacerdote por fin le preguntó: "¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?" Y Jesús contestó: "Yo soy" (3). No hizo falta más; le acusaron de blasfemia y le condenaron a muerte. ¿Puedes creer que ese hombre fuera un mentiroso? ¿No será que se ganó tantos enemigos y terminó sentenciado precisamente por no callarse la verdad?
¿Estaba loco?
Si no mentía, entonces podría ser un lunático que creía ser el Mesías, como por otra parte ha habido muchos en la historia. Pero entonces, ¿cómo pudo enfrentar los problemas y la persecución a que se vio sometido con la calma y la sabiduría que demostró respondiendo las preguntas capciosas de sus adversarios? Nunca se salió de sus casillas, ni dijo una palabra más alta que otra, ni perdió jamás el equilibrio en su trato con la gente. Ni siquiera los que han querido negar que fuera el Mesías se han atrevido a sostener que estuviera "mal de la cabeza".
¿Sería el Hijo de Dios?
Si descartamos que fuera un mentiroso o que estuviera loco, ¿es difícil creer que fuera el Hijo de Dios? Pues mira: Cumplió decenas de profecías del Antiguo Testamento y él mismo predijo cosas que se cumplieron, como su muerte en la cruz y la destrucción de Jerusalén. Hizo milagros que ningún otro ser humano ha hecho jamás, a la vista de miles de testigos. Vivió una vida tan impecable que ni los que le querían mal pudieron echarle en cara la más pequeña falta. Demostró un poder asombroso sobre los elementos de la naturaleza. Enseñó con una autoridad y una sabiduría que dejó pasmada a la gente. Y muchos lo vieron resucitado. ¿Te parece poco? Algunos de sus familiares pensaron que estaba loco. Los mandamás de los judíos lo condenaron por farsante. Pero muchos otros reconocieron en él al Mesías y al Hijo de Dios. Recuerda a los doce en Cesarea: "Tú eres el Mesías; el Hijo del Dios viviente" (2). ¿Y tú qué piensas de él?
(1). Evangelio según Marcos 8.27-29.
(2). Evangelio según Mateo 16.16.
(3). Evangelio según Marcos 14.61-62.
Les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?" (1)
Imagina por un momento que, como al rico de la parábola, pusieran fecha a tu muerte. Que te enteraras hoy de que antes de fin de año van a terminar tus proyectos y tus ilusiones. ¿Cómo reaccionarías?... ¿Prefieres no pensar en la muerte? ¿Qué es lo que te espanta de ella?
La muerte es un enemigo al que le tenemos miedo. ¿Y por qué? Quizá hay tres motivos principales:
Uno es el miedo a dejar de existir. Tememos que la muerte sea el punto final de nuestra existencia; que borre del todo nuestra memoria, que acabe con nuestros proyectos e ilusiones y nos aparte para siempre de la compañía de los que amamos.
Otro es la incertidumbre por lo que pueda aguardarnos al otro lado. Los hombres han imaginado siempre una vida de ultratumba, pero nadie puede asegurar lo que nos espera, ni siquiera si ha de ser bueno o malo.
Y por último, el temor a rendir cuentas. La conciencia nos hace temer que nuestras vidas vayan a ser juzgadas y tengamos que responder de nuestros actos.
¿Te has dado cuenta de que hoy en día nadie habla de la muerte fuera de los cementerios y los funerales? Y uno se pregunta hasta qué punto las frases esperanzadoras que se dicen en esas ocasiones se creen de verdad. Los mismos epitafios sobre las tumbas de nuestros cementerios reflejan qué poca confianza tiene la gente en lo que la religión llama la "esperanza de la resurrección".
Sin ir más lejos, busca sobre las lápidas del cementerio de tu pueblo o tu ciudad alguna expresión de esperanza en el más allá. ¡Es inútil! Casi todo lo que hallas son frases como: Tus hijos no te olvidan, o Recuerdo de tu esposa. Jesucristo dijo: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre" (2). Estaba hablándole a Marta, hermana de Lázaro, y después de eso, añadió: "¿Crees esto?".
¿Y tú? ¿Lo crees? ¿Pondrías convencido esa frase sobre la lápida de tu tumba? Porque si lo creyeras de verdad, perderías el pánico a dejar de existir, abandonarías la incertidumbre sobre el más allá y, sobre todo, te quitarías la preocupación de tener que rendir cuentas a Dios un día. Porque el mismo que dijo aquello, el Hijo de Dios, murió en la cruz por todos tus pecados y tus desaciertos y así ha pagado lo que tú debías. Y después de eso, para que sepas que te puedes fiar de lo que él dijo, hizo algo insólito: volver de la muerte a la vida; resucitar. Tal como lo había anunciado de antemano, entregó su vida, pero la volvió a tomar.
(1). Evangelio según Lucas 12.16-20.
(2). Evangelio según Juan 11.25-26.
¿Hay derecho a que me nieguen el trabajo y la estancia por ser extranjera? - protestaba una enfermera de Buenos Aires que agotaba sus últimos días de estancia legal en España - ¿Se han olvidado los españoles de cómo se les trató a ellos en Argentina? ¡Cuántos allí salieron de pobres y cuántos se hicieron de oro! Y ahora nos cierran las puertas cuando han cambiado las tornas".
Llevaba razón aquella enfermera. Muy fácilmente olvida que fue pobre el que ahora se ve rico. ¡Y qué orgullo se apodera del que ha subido peldaños en la escala social! Parece que pudiera mirar por encima del hombro a los que están debajo, con todo el derecho del mundo. Y, si además son extranjeros, razón de más? ¿No nos pasa algo de esto a los españoles con los emigrantes que nos llegan de Ecuador, Bolivia, Senegal, Argelia, Marruecos o Rumanía?
Muchas veces en la historia los prejuicios raciales y la arrogancia nacional han tenido resultados trágicos, como la esclavitud, el destierro, le guerra, el genocidio... Y nuestro país no ha sido precisamente un buen ejemplo a la humanidad de tolerancia y entendimiento. Basta recordar el trato que recibieron en siglos pasados musulmanes, judíos y protestantes aquí, y los indios en la América española.
Gracias a Dios, en España han cambiado muchas cosas. Sin embargo, esa soberbia nacional, o racial, o religiosa, o social que nos hace mirar con desprecio al que es distinto o menos afortunado, nos brota por menos de nada. Y eso ocurre ahora que una avalancha de inmigrantes busca refugio dentro de nuestras fronteras. Con notables excepciones, se les trata como a ciudadanos de segunda, a menudo se les contrata en precarias condiciones y se les expulsa del país si no legalizan su situación. Y a los que se quedan, se les mira, si no con desprecio, sí con poca simpatía. ¿O acaso no pasa eso? Pues eso pasa en un país donde la mayoría de la población se llama cristiana y bautiza a sus hijos y entierra a sus difuntos por un rito también llamado cristiano. Sin embargo, ¿no fue el Maestro de los cristianos el que enseñó aquello de: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me acogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis? De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis..." (1)
Recoger al forastero es una de las señas que identifican a un verdadero cristiano. Porque delante de Dios nadie es más que nadie; y entre los seguidores de Cristo, no puede haber distinciones por nacimiento, raza, nacionalidad, lengua, posición social o cultura. Entonces, ¿qué proponemos? ¿Hacer un esfuerzo por tratar bien a los emigrantes, y así ser buenos cristianos? No. Es más bien al revés: Hazte un seguidor auténtico de Jesucristo, y te saldrá del corazón tratar bien al extranjero antes que mirarle con desprecio. ¿Por qué?
Porque uno se hace cristiano cuando, delante de Dios, ve su condición egoísta y orgullosa, considera sus múltiples fracasos, se ve pecador e indigno de la amistad de Dios, y acude a él pidiéndole perdón y rogándole clemencia... Como un extranjero que pide asilo. Cuando uno hace eso, encuentra que Dios le oye y le recibe. Que, habiendo pagado Cristo por todos sus pecados en una cruz, puede perdonarle del todo y darle la dignidad de un hijo de Dios y de un ciudadano de su Reino. Y cuando uno se ve recibido de esa manera, no puede por menos que acoger a los demás como él mismo fue acogido. Así que el apóstol Pablo mandó a los cristianos: "Recibíos unos a otros, como también Cristo nos recibió" (2).
Ahora bien, el que nunca se ha visto así de indigno delante de Dios, el que se considera una persona bastante buena, el que no ha pedido asilo en el Reino de Dios, no ha experimentado de veras su misericordia. Y en ese caso, será más fácil que brote de él el desprecio y la soberbia que el respeto y el amor.
(1). Evangelio según Mateo 25.41-45.
(2). Epístola de Pablo a los Romanos 15.7
¿Conoces a Kesia? Es una joven cantante brasileña con una voz dulcísima que no hace mucho llegó a ser popular aquí en España con su disco Vida. Muchas de sus canciones tienen un claro mensaje cristiano, como "Hay algo más allá", "Deus do impossivel", "Yo te perdonaré", "Por mí"... y en ellas expresa su relación personal con Dios y su fe en Jesucristo. En una estrofa canta:
"... En mí perdura
Lo que siempre dura...
Pero yo vivo segura
De que lo que en mí abunda
Es lo que mucha gente busca."
Mucha gente envidia la seguridad que da la fe. No sé tú, pero muchos dicen: "Cómo me gustaría creer". O: "¡Qué suerte tienes tú de tener fe!". Pero encuentran que creer se les hace muy cuesta arriba y llegan a temer que, si después de todo hay un Dios, quizá conceda el don de la fe sólo a algunos, como a Kesia... ¿Es verdad eso?
Bueno, si por fe entendemos la fe en leyendas de santos y de apariciones de dudosa procedencia, es lógico que se te haga cuesta arriba creer. Y si entendemos por fe la de los místicos, que dicen tener una unión inefable del alma con Dios y experimentar éxtasis y revelaciones, no es de extrañar que pienses que eso no es una experiencia asequible a todo el mundo.
¿Pero es ésa la fe cristiana genuina? El Nuevo Testamento dice que la fe viene por el oír (1). ¿Cómo? Sí, que la fe viene simplemente por el oír la Palabra de Dios. No necesariamente por experiencias sobrenaturales o místicas, sino por escuchar el sencillo mensaje del evangelio, tal como lo predicaron los que fueron testigos de la muerte y resurrección del Señor Jesucristo.
Una vez que él ascendió al cielo, los apóstoles salieron a las calles y plazas de Jerusalén, y luego por las ciudades y pueblos de la ribera del Mediterráneo. Anunciaban a diestro y siniestro que su Maestro era el Mesías, y que de eso no podía caber duda, porque, además de todos los milagros que hizo a los ojos de miles de personas, había resucitado de los muertos.
Así que Pablo dice predicando en Atenas: "Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos" (2). ¡FE A TODOS! Dios dio fe a todo el mundo de que Jesús de Nazaret era su Hijo y el Salvador del mundo. ¿Cómo? Resucitándole de los muertos. De modo que la fe no sea un difícil salto en el vacío; que el creer o no creer no sea una cuestión de poder, sino de querer. Para los que en aquel entonces oían el evangelio, Jesús no era un personaje del pasado, sino un contemporáneo suyo. Y lo que contaban los apóstoles se podía comprobar porque había cientos de testigos que lo vieron. En ese sentido, no era algo difícil de creer. Sin embargo, creer en Jesús suponía obedecer el mandato de Dios de arrepentirse; de dejar su forma de vida y acatar lo que Dios decía. Eso sí que se les hacía cuesta arriba a algunos.
Cuando escuchaban el mensaje los había que se burlaban, otros reaccionaban con violencia y pretendían hacerles callar. Pero otros creían y rendían sus corazones en arrepentimiento y fe a aquel Salvador del que les hablaban con entusiasmo. Y aquéllos no se echaban atrás. Es tanto lo que recibe de él el que cree, que no puede sino alegrarse cada vez más de haber tomado esa decisión. Es feliz y vive seguro. Como dice Kesia en su canción.
Así que, amigo, ante la persona de Cristo, la cuestión no es si puedes creer o no, sino si quieres o no rendirle el corazón para que te perdone, te salve y sea tu Señor.
(1). Epístola de Pablo a los Romanos 10.17.
(2). Hechos de los Apóstoles 17.30-31
Bueno, si tienes vivienda propia; si tienes trabajo fijo y un buen seguro de asistencia médica; si cuentas con unos ahorros; si tienes "airbag" en el coche y seguro a todo riesgo; si has contratado un plan de pensiones, y si tienes un buen seguro de vida... ¡ya puedes decir que estás seguro... y que salga el sol por donde quiera!
Lástima que haya cosas todavía imprevisibles. ¿Quién te asegura el bienestar y aun la vida después de lo que ocurrió en Nueva York en septiembre? Este mundo se puede convertir de la noche a la mañana en un campo de batalla. Y aun si eso no nos toca, ¿quién te dice a ti que mañana una enfermedad o un accidente no te dejan minusválido? ¿Quién te vende un seguro contra el cáncer? Es más: ¿quién te asegura un solo día más de tu vida o de la de los tuyos? Por más seguros que contrates, no tienes nada más seguro que la muerte. Y más allá de la muerte, ¿qué puedes contratar, sino una sepultura?
Pero hay algo importante que te puede interesar. Es un seguro que no se puede contratar, porque ninguna compañía lo tiene. Tampoco se puede comprar, porque no hay quien pueda pagarlo. Y además el que lo tiene lo da sin ningún precio; regalado. Se trata de un seguro de vida... y de muerte.
¿Dónde se halla la seguridad?
"El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente ... Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro" (1). ¿Te imaginas vivir con esa seguridad? ¿Refugiado a la sombra de Dios? El problema es que nosotros mismos, tan necesitados de seguridad y amparo, huimos de Dios. Huimos del que podría cubrirnos bajo la sombra de sus alas. ¿Por qué? En el fondo es porque ese Dios es también el que conoce todos los secretos de nuestro corazón; nuestras malas intenciones y nuestros pecados. Así que, lejos de Dios, nos aferramos a la vida y a las cosas, y nos obsesionamos por asegurarlo todo. ¿Y qué nos queda? Que sólo tenemos segura la muerte... Y el juicio de ese Dios en el que no quisimos refugiarnos.
¿Quieres acercarte a Dios?
Él ya se ha acercado a nosotros; en la persona de su Hijo, Jesucristo. Él abandonó su posición segura en el cielo y se hizo como uno de nosotros. Prescindió de la seguridad que da una libreta de ahorros o una vivienda propia. Se arriesgó a enfrentarse con las autoridades religiosas de su tiempo. Vivió en un ambiente de persecución ideológica y de amenazas de muerte. Y por fin se entregó mudo en manos de sus verdugos y fue ejecutado como un malhechor, colgado de una cruz en lo alto del monte Calvario.
Un verdadero seguro de vida
Ahora bien, resucitó de los muertos y ofreció el único "seguro de vida" que de veras te garantiza esta vida... y la que viene. El aseguró: "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi Palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna, y no será condenado, pues ha pasado ya de la muerte a la vida" (2). Después, el apóstol Pablo escribió: "¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?... Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni poderes ni fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es Cristo Jesús, Señor nuestro" (3).
En tu mano queda
O vivir a la sombra del Altísimo, o con la incertidumbre de lo que te pasará mañana. O acercarte a Dios por medio de Cristo, o seguir huyendo de Él. O confiar en el que ganó para ti una vida eterna segura, o quedarte a la sombra de una ideología o una religión que no te asegura nada. O rendirle el corazón a Él o seguir en tus pecados y a la intemperie de tus propias decisiones. "Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros" (4).
(1) Salmo 91:1,4
(2) Evangelio según Juan 5:24
(3) Epístola a los Romanos
Poderoso caballero es don Dinero" - Eso decía Quevedo en mil seiscientos y pico, y poco han cambiado las cosas desde entonces. Ya no hay doblones, ni escudos, ni cuartos? ¡Y ya pronto ni pesetas! Pero el dinero sigue siendo poderoso caballero, por más que le cambiemos el nombre y ahora lo contemos en euros.
Don Dinero gobierna las relaciones internacionales, enriqueciendo a unos a costa de sumir a otros en el subdesarrollo y la deuda externa. Soborna jueces, corrompe gobiernos y pervierte religiones. Defiende a narcotraficantes y demás sinvergüenzas y menosprecia al trabajador honrado. Es móvil de asesinatos y otros ajustes de cuentas. Es padre de la avaricia y el fraude, y es abuelo de la envidia. Con tal de hacerse con él hay comerciantes capaces de engañar a sus clientes y patronos sin escrúpulos de "malpagar" a sus obreros. Por afán de que les sobre, muchos padres desatienden a sus hijos y muchos hijos riñen por la herencia de los padres. Y es tan cegadora su atracción que hay quienes viven solamente para acumularlo en su cartilla de ahorros? Sin pararse a pensar que de este mundo se irán tan de vacío como vinieron. Con razón dice la Biblia: "Raíz de todos los males es el amor al dinero" (1).
Pero el peor de todos los males todavía no se ha dicho. El Señor Jesucristo dijo en una ocasión: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? Pues ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?" (2). Lo peor del dinero es que, por el afán de ganarlo, podemos perder lo más valioso que tenemos: nuestra propia alma, por no decir que nuestra vida también.
El rey Salomón lo vio más claro que nadie: Además de investigar, estudiar y escribir; abordar proyectos políticos y comerciales; dedicarse a la música, al arte y a todos los placeres de la vida, fue un hombre riquísimo. Tanto, que las crónicas de su reinado cuentan que en su corte la plata no era apreciada por la cantidad de oro que había. Pues bien, este hombre, en los últimos días de su vida, volvió la vista atrás y dijo: "Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol" (3). ¡Qué tremendo! ¿Cuántas personas, con más o menos dinero, no llegarán a esta conclusión a tiempo? Que de nada te sirve ganar el mundo entero si a la postre pierdes el alma.
¿Pero cómo salvar el alma? ¿Renunciando a todas las posesiones, como hacen los anacoretas? ¡Pero eso sería intentar comprar el alma con dinero! Recuerda que el Señor Jesús dijo: ¿Qué dará un hombre a cambio de su alma? (2). Y el apóstol Pedro añadió: "Fuisteis rescatados de vuestra vacía manera de vivir, no con cosas perecederas, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo" (4). A cambio de tu alma, amigo mío, Jesús entregó nada menos que su vida.
Ahora el primer paso que has de dar no es hacer alardes de generosidad precisamente, sino todo lo contrario: Reconocer tu egoísmo. A nadie le gusta pensar mal de sí mismo. Pero acuérdate que vivimos en España, uno de los países ricos y egoístas de la Tierra, y con fama por cierto de tener la envidia como pecado nacional. Y de cualquier modo, humanos y pecadores. Reconoce tu avaricia, tu materialismo, tus fraudes, tu egoísmo o tus envidias; toda tu condición delante de Dios. Y pídele la salvación gratuita que Jesús pagó en la cruz. Y verás como, a raíz de hacerlo, va cambiando tu actitud hacia la vida? Y también hacia el dinero, que poco a poco irá dejando de ser para ti poderoso caballero.
(1). 1ª Epístola de Pablo a Timoteo 6.10
(2). Evangelio según Marcos 8.36-37
(3). Eclesiastés 2.11
(4). 1ª Epístola de Pedro 1.18
¿Has visto la película de "La Pasión"? Si la has visto, no te habrá dejado indiferente. Porque uno sale del cine preguntándose: ¿Quién era en realidad ese Jesús de Nazaret, capaz de curar al soldado herido que venía a prenderle y de pedir perdón para sus verdugos? Y lo que es más sorprendente, ¡capaz de resucitar! ¿Quién era ése? Y si era el Hijo de Dios, ¿por qué tuvo que morir? ¿Y qué tiene eso que ver conmigo?
Dicen que Mel Gibson, el director de la película, aparece en una escena. Son sus puños los que sostienen la maza y el clavo que se hunde en la mano de Jesús. Con ese gesto Gibson da a entender que él se siente responsable de aquella muerte. Que son sus propias culpas las que clavaron en la cruz a aquel inocente... Y ahora me pregunto: ¿Y yo? ¿Aparezco yo en la película?
Quizá yo sea como Pilatos, el gobernador romano que tuvo que decidir sobre el destino del nazareno, y que por temor a perder su puesto, lo entregó a la muerte, sabiendo que era inocente. En el fondo, un cobarde. Puede que sepa lo que está bien y lo que está mal, pero a la hora de la verdad, no estoy dispuesto a arriesgar mi comodidad (mucho menos mi vida) por defender lo que es justo. Y pienso que con lavarme las manos ya es suficiente...
¿O tal vez me parezco a Herodes? El rey que se alegró de ver al Mesías, porque esperaba verle hacer algún "milagrito", pero al que Jesús no respondió ni palabra. ¿Soy, como él, superficial, sensual y egoísta? Rodeado de placeres, buscando siempre mi propio disfrute, entretenido entre semana con programas triviales de televisión, esperando el desenfreno del fin de semana o las próximas vacaciones. Entregado a mis pasiones y a mis vicios. Ciego por completo a la realidad espiritual, que sólo me interesa si tiene que ver con adivinos y curanderos. ¿Soy quizá como Herodes?
¿O tengo el pecado de Judas, que por avaricia entregó al Maestro? Puede que no haya en el mundo nada que me atraiga más que el dinero. Por encima aun de mi familia o de mis amigos, a los que estoy dispuesto a traicionar (y si no, a desatender) con tal de aumentar mis beneficios...
¿O como esos soldados romanos, que se ensañaron en azotar y humillar al hombre más íntegro que haya pisado esta tierra? No me gustaría verme reflejado en esos energúmenos. Pero a veces lanzo mis palabras con puntería, tirando a dar. No estoy libre de haber humillado a mis subordinados, de haber maltratado a mi mujer o de haberme burlado de alguien más torpe que yo. ¿Y qué más no haría con alguno que yo sé, si tuviera la sartén por el mango?
¿O seré de esos religiosos, tan bien considerados por los demás, pero que por envidia sentenciaron a muerte al inocente? No muy diferentes, por cierto, de los que después, con nombre de cristianos, usaron también utensilios de tortura y condenaron a muerte a personas en nombre de la religión. ¿Seré yo de esos que parecen muy santos a los ojos de los hombres, pero llenos de hipocresía y violencia a los ojos de Dios?
Sea como sea, tú y yo salimos en la película. Pero, si no nos gusta nuestro personaje, podemos cambiar de papel. Podemos ser Barrabás. - ¿Cómo? ¿Un criminal? ? me dirás. Sí; verás. Él estaba justamente condenado por sus delitos. Y de la noche a la mañana, sin haber hecho nada para merecerlo, se vio libre de sus cargos. Gracias a que, en su lugar, era condenado a muerte un inocente. Barrabás somos tú y yo: culpables de cobardía y falta de integridad, de egoísmo y sensualidad, de avaricia y traición, de violencia y maltrato, o de hipocresía o yo qué sé de cuántas cosas más. Dignos del castigo de Dios, en definitiva. Sin embargo el hombre más íntegro que jamás haya existido, el Hijo de Dios encarnado, se ofreció en tu lugar para que tú salgas libre, sin cargos.
A no ser que tú no te veas tan malo y no te puedas comparar a Barrabás, ni a ninguno de aquellos pecadores. Tú puede que seas bueno. En ese caso, esto no va contigo. A personas como tú Jesús les dijo: "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento" (1).
Pero para los que sí nos sentimos fracasados y culpables, éste es el sentido de la Pasión. La película empezaba con esta cita del profeta Isaías: "Él, herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados" (2). El mismo Señor Jesús dijo, antes de ser arrestado: "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos?" (3). Queda ahora que tú vayas a él, le pidas perdón por tus pecados y puedas decir en primera persona: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (4).
1. Evangelio de Lucas 5.31-32
2. Profeta Isaías 53.5
3. Evangelio de Juan 15.13
4. Epístola de Pablo a los Gálatas 2.20
¡Vaya si están revueltas las cosas en Oriente Medio! No hacen más que llegar malas noticias y rumores de cosas peores. El odio está tan enquistado entre unos y otros que no parece que haya solución pacífica. Pero hace poco, saltó una noticia a los medios que ponía el contrapunto a tanta tragedia. La historia es la siguiente:
Yoni Jesner, un joven judío de 19 años nacido en Escocia, tenía ilusión por terminar sus estudios de teología en Israel para seguir con la carrera de medicina en Inglaterra. Su pasión era poder salvar vidas. Sin embargo, su carrera se vio truncada cuando, andando por las calles de Tel-Aviv, fue alcanzado por el impacto de una bomba que un suicida palestino hacía estallar, llevándose por delante la vida de Yoni y la de otras cuatro personas.
No obstante, el deseo de aquel joven se vio cumplido al morir. Él había donado sus órganos, de modo que uno de sus riñones sirvió para salvar una vida: Fue a parar a Yasmin Abu Ramila, una niña palestina que vivía (o más bien, sobrevivía a su enfermedad renal congénita) en la ciudad de Ramala.
Aquí hay dos cosas chocantes: Que muriendo una persona se salvara otra, y que él y ella pertenecieran a dos pueblos enfrentados con un odio a muerte. Esto nos recuerda otra historia mucho más asombrosa todavía...
Hace muchos años hubo un hombre, también judío, cuya pasión era salvar la vida de los demás. Toda su vida anduvo haciendo bienes a todo el mundo, sanando a los enfermos, consolando a los afligidos, enseñando a los ignorantes, defendiendo a los débiles y enfrentándose a los poderosos. A él también lo asesinaron, pero no por sorpresa en un ataque terrorista, sino que fue arrestado, sometido a un juicio injusto y condenado a muerte. Él no había donado sus órganos, pero mucho antes de ser arrestado dijo que él donaría su vida, que no se la quitarían. Y muriendo pudo salvar la vida, no de una persona, sino de millones. Y no devolviéndoles la salud, sino dándoles vida eterna.
Te hablo de Jesucristo.
Muriendo en una cruz, el Señor Jesús salvó las vidas de muchos. Y no precisamente de amigos o familiares suyos, sino de sus enemigos. De gente enfrentada a su ley y a su gobierno. Gente que prefirió matarlo antes que abrazar sus enseñanzas. Gente como tú y como yo, enfrentados a Dios por causa de nuestros pecados. Dice la Biblia: "A duras penas habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (1).
Ahora bien, todos tenemos dos opciones: O seguir enemistados con él, y atenernos a las consecuencias, o arrepentirnos de nuestros pecados y reconciliarnos con él. Si optas por esto último, Dios te promete la vida eterna. No como una recompensa a tus buenas obras (que nunca alcanzarían a borrar las malas), sino como un regalo del que entregó en la cruz una vida impecable para perdonar tus malas obras y resucitó de los muertos para darte vida nueva. "Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida" (2).
Como es natural, la madre de la niña palestina no tenía palabras para agradecer a la familia del joven judío la donación que había salvado la vida de su hija.
¿Alguna vez tú le has agradecido de corazón a Dios que entregara a su Hijo por ti? ¿Alguna vez te han faltado las palabras para expresar la gratitud que sientes por el regalo de la vida eterna? Si la respuesta es que no, debe de ser que nunca te has visto en tu condición de pecador, no has entendido por qué Cristo tuvo que morir y no te has reconciliado con Dios todavía. Pues si es así, te ruego en el nombre de Cristo: "Reconcíliate con Dios" (3).
1. Epístola de Pablo a los Romanos 5.8
2. Epístola de Pablo a los Romanos 5.10
3. 2ª Epístola de Pablo a los Corintios 5.20
Hace unos meses la universidad inglesa de Leicester hizo la siguiente pregunta a 2.500 jóvenes del Reino Unido: ¿Quién es la persona de la historia que más admiras?. La respuesta reveló un número 1 indiscutible: David Beckham, el futbolista inglés que ahora viste los colores del Real Madrid (por si todavía hay alguien en el mundo que no sepa quién es).
Los siguientes puestos no fueron para grandes políticos, ni pensadores, ni científicos que hayan aportado algo para el bien de la humanidad. Todos eran personajes célebres del mundo del deporte y el espectáculo: Brad Pitt, Michael Jackson, Jennifer López, Robbie Williams, Britney Spears...
Todos esos famosos también están en las revistas y programas del corazón de nuestro país, junto a otros ídolos nacionales de similares características: jóvenes, atractivos, competentes, ricos y afortunados. Los jóvenes los admiran, se ponen sus camisetas, se peinan como ellos, los llevan en la carpeta y en el móvil y sueñan con ser ricos y famosos como ellos...
¿Nos damos cuenta a quién estamos admirando? ¿Qué mérito tiene jugar bien al fútbol, tener una buena voz o actuar de cine? Indaga en su vida privada y encontrarás armarios oscuros como los de Michael Jackson. Mira cómo reaccionan ante las crisis y verás chascos como el de Maradona. Observa qué valor dan a las personas, y tendrás que abandonar el sueño imposible de saludar un día a Madonna o a Britney Spears. Analiza sus palabras y te darás cuenta de lo poco que daría de sí una conversación con gente como David Bisbal. Fíjate cómo se dan codazos unos a otros para estar en la palestra y no perder popularidad. Quítales el maquillaje que llevan encima y la gomina del pelo. O sólo ponles unos años más... Y tus ídolos irán cayendo como moscas.
En aquella encuesta había otro dato chocante. El hombre que más ha influido en la historia y el que sin duda más hizo por la humanidad, quedaba relegado al puesto 123, junto al ya poco popular presidente Bush. Me refiero a Jesucristo.
¡Pobre de ti si admiras más a un futbolista de moda que al Hijo de Dios! Su carácter justo, fiable, íntegro y generoso era lo que le hacía atractivo. En él no había falsas apariencias, ni maquillaje, ni sonrisa artificial. Puedes analizar sus palabras y terminarás diciendo como aquellos alguaciles que le escucharon: "Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre" (1). Indaga en su vida privada y encontrarás, como los doce que convivieron con él, que "no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca" (2). Verás que nunca renunció a sus principios para mantener su popularidad entre los grandes de entonces. Observa cómo trataba a las personas y el valor que daba a cada uno y te quedarás perplejo de que estuviera dispuesto, no sólo a perder popularidad, sino a ser sentenciado a muerte para "llevar él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (3). Mírale enfrentando la crisis de la cruz y comprueba la resistencia de sus hombros para cargar con todas tus culpas y tus fracasos. Y date cuenta de que está dispuesto a llamarte amigo si haces lo que él te dice (4): "Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (5).
No sé si te haría más ilusión una invitación de Beckham. Pero él nunca te la hará. Y, créeme, no merecería mucho la pena. En cambio el Rey de reyes y Señor de señores te invita a entablar una relación personal con él. Responde. Pídele perdón y acepta su invitación. Y deja de admirar y de imitar a ídolos que caen. Hazte seguidor del Señor resucitado, cuyo atractivo no caduca y cuyo Reino durará para siempre.
1. Evangelio según Juan 7.46
2. 1ª Epístola de Pedro 2.22
3. 1ª Epístola de Pedro 2.24
4. Evangelio según Juan 15.14
5. Apocalipsis 3.20
Conocido en todas partes por "Ojalá que llueva café en el campo", tras varios años de silencio, este dominicano ha sacado un nuevo disco que habrás oído en la radio, con ritmos caribeños de merengue y salsa, y suaves baladas.
Pero ahora es diferente. Todas sus canciones hablan de Dios. Ha cambiado la lluvia de café por el maná del cielo y donde antes le subía la bilirrubina ahora le invade la gratitud a Dios por haber entregado a su Hijo Jesucristo a morir por él. ¿Qué es lo que ha cambiado a Juan Luis Guerra? ¿Algún fanatismo religioso?
No. Juan Luis Guerra no es un pobre ignorante al que le han ?lavado el cerebro?. Cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Domingo y obtuvo una beca para estudiar música en Boston. Además de poeta y compositor, es un lector empedernido de la literatura hispanoamericana: Julio Cortázar, César Vallejo, Pablo Neruda... No es tampoco un "iluminado" caído del cielo; ha visto mucho mundo, y sin embargo está comprometido socialmente con los pobres de su Santo Domingo natal. ¿Qué es entonces lo que le ha pasado? Dejemos que él lo cuente:
Famoso y rico como era a raíz del éxito de sus canciones, llegó una etapa en su vida en la que, según dice él: "No tenía paz. Tenía problemas para dormir y tomaba muchas pastillas (...) Por más mérito que alcanzaba, fama o fortuna, siempre había ansiedad en mi corazón; no tenía forma de estar tranquilo". Pensó entonces que si conseguía un premio Grammy, llenaría ese vacío que sentía, pero después de obtenerlo en 1994, se sintió todavía peor.
Así que un día, en una rueda de prensa, comentó a los periodistas aquella desazón que sentía. Al terminar, dos personas se le acercaron y le hablaron de Jesucristo. Juan Luis entonces decidió pedirle perdón a Dios y entablar con él una relación personal. Aquello fue su conversión. Ahora confiesa: "Religioso no es la palabra; yo no soy religioso. Tengo una relación personal con el Señor (...) Él ha venido a mi vida y me ha dado el gozo y la paz que me faltaban".
Desde entonces su vida ha cambiado, además de sus canciones. Su prioridad ya no es la música, que ha cedido su puesto a su relación con Dios, a su papel como esposo y padre y a su compromiso con los demás. Ahora dedica mucho de su tiempo y su dinero a su iglesia local y a la fundación que lleva su nombre, dedicada en la República Dominicana a ayudar a niños huérfanos y desamparados, jóvenes drogadictos, mujeres reclusas y enfermos necesitados de cirugía.
No ha dejado de componer y cantar. Entiende que la música es un talento que Dios le ha dado. Así que sigue cantando Quisiera ser un pez y Ojalá que llueva café, pero ahora otro tema, que da sentido a su vida, invade las letras de sus canciones. Ahora dice: "No hay mayor privilegio para un músico que entonar alabanzas a Dios".
¿Qué es esto de la conversión? No es una experiencia nueva. Muchos la han vivido antes que Juan Luis Guerra. Hace unos 2.000 años en Jerusalén el apóstol Pedro, predicando a una multitud, les dijo: "Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados" (1). Convertirse quiere decir dar la vuelta. Cambiar el rumbo de tu vida. Ir caminando de espaldas a Dios y volverte para entablar una relación personal con él por el arrepentimiento y la fe.
Lamentablemente, en nuestro país se nos ha enseñado que uno llega a ser cristiano por el rito del bautismo, que es una decisión que otros toman por ti. Así que tenemos un país de bautizados pero no de convertidos. Y tanto es así que el mismo vicepresidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Pamplona, dijo a mediados de noviembre: ?Nos vemos obligados a reconocer el gran desequilibrio existente entre cristianos bautizados y cristianos convertidos (...) La sociedad española, aunque conserve muchos elementos cristianos, ya no es cristiana de corazón?*.
Y tú, desengáñate: Aunque estés bautizado, si no te has convertido a Cristo, no eres cristiano. Y no es religión lo que necesitas. Es, como Juan Luis Guerra, una crisis en tu vida que te lleve a la conversión. No un lavado de cerebro, sino una transformación interior por el perdón y el poder de Dios. No atender a las normas de una iglesia, sino a lo que el Señor te dice: "Deje el impío su camino, y el hombre injusto sus pensamientos, y conviértase al Señor, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar" (2).
Responde a ese llamamiento y el Señor dará un vuelco a tu vida. Y podrás decir, como Juan Luis Guerra en su último disco: "Oh Señor, me has redimido y en ti se alegra mi corazón".
__________
1. Hechos de los apóstoles 3.19
2. Isaías 55.7
* Fernando Sebastián: Congreso de Apostolado Seglar
¿Eres de los que pasan de la religión? Quizá lleves razón. ¡Tantas veces la religión se ha aliado con el poder político y ha sido protagonista de tremendos escándalos! Y ha ido detrás del dinero. Y se ha movido por intrigas e intereses. Y hasta ha perseguido y matado a los que pensaban de otra manera... Así que miles de personas pasan de la religión y de Dios por esas cosas. A lo mejor tú eres uno de ellos. ¿Sí? Pues entonces te conviene seguir leyendo.
Aunque con diferentes nombres, ese tipo de Religión ha existido siempre. Ésa que pretende representar al único Dios verdadero, pero más bien le trae mala reputación y crea rechazo en el corazón de mucha gente. Existía en los tiempos de Jesucristo, y existe hoy dentro del mismo Cristianismo. Y quizá te sorprenda saber que Jesús, el fundador de la fe cristiana, se opuso fuertemente a "esa Religión" y llegó a llamar a sus dirigentes "Serpientes, generación de víboras" (1).
"Esa Religión" siempre ha usado la fe para su enriquecimiento material. Fue así en tiempos de Jesús, y sigue siendo así hoy en día. Pero el Señor Jesús expresó su opinión sobre el negocio de la Religión el día que, haciendo un azote de cuerdas, expulsó del templo de Jerusalén a los que hacían negocio con la venta de animales y con el cambio de moneda, diciéndoles: "Mi casa es casa de oración, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones." (2)
"Esa Religión" siempre se ha conformado con celebrar ciertos rituales, repletos de pompa y ceremonia, y seguidos de grandes festejos. Pero los fieles nunca han sido transformados por un conocimiento real y personal del Dios que dicen que adoran. Era así en los tiempos de Cristo, y sigue siendo igual hoy en día. Pero él, observando sus liturgias, dijo: "Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí". (3)
"Esa Religión" siempre ha enseñado tradiciones y dogmas inventados por los hombres como si fuesen de igual valor que la Palabra de Dios. Era así en los tiempos de Jesús, y sigue siendo así hoy en día. Pero el Maestro acusó a sacerdotes y fariseos, diciéndoles:
"Hipócritas (...) Bien invalidáis los mandamientos de Dios para guardar vuestra tradición" (4). Y a sus discípulos les mandó que a nadie llamaran Padre ni Maestro, porque Dios era su Padre y él, su Maestro. (5)
"Esa Religión" siempre ha enseñado que el camino de la salvación consiste en cumplir con un montón de normas y reglamentos religiosos para acumular méritos y así "ganarse" el cielo. Fue así en tiempos de Jesucristo, y sigue siendo así actualmente. Sin embargo Jesús dejó claro que ese camino no lleva a la salvación cuando dijo a los religiosos practicantes: "Los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios" (6).
Así que, querido amigo, puedes pasar de la Religión, pero no pases tan rápido de Dios. Su Hijo Jesucristo dejó claro que él tiene poco que ver con "esa Religión", que por cierto no le honró con grandes funerales, sino que lo sentenció a morir en una cruz como un delincuente.
Sin embargo Dios así cumplió lo que antes había anunciado por los profetas: Que su Hijo moriría en una cruz para pagar tu deuda con Dios, reconciliarte con él, cambiar tu vida radicalmente y darte la seguridad de la salvación. Y, si lees en el Nuevo Testamento la experiencia de los primeros cristianos, verás lo diferente que era aquel cristianismo del que quizá tú hayas conocido. Eran personas sin pretensiones de poder o riqueza en este mundo. Transformadas por la conversión y por una relación personal con Dios. Guiadas por las enseñanzas del Hijo de Dios. Y no confiadas en su bondad o su religiosidad para salvarse, sino en la misericordia de Dios, que perdona al pecador que se arrepiente. Existe otro cristianismo, amigo lector. Puedes pasar de la Religión, pero no pases de Aquél que murió y resucitó para salvarte.
1. Evangelio de Mateo 23.33
2. Evangelio de Lucas 19.46
3. Evangelio de Mateo 15.8
4. Evangelio de Marcos 7.6,9
5. Evangelio de Mateo 23.9-10
6. Evangelio de Mateo 21.31
Imagínate un hombre que tiene un hijo al que le da todo lo que necesita: comida, ropa, calzado, estudios, vivienda... y dinero para sus gastos. E imagínate que, aunque al hijo no le falta nada, nunca da las gracias a su padre, no le dedica el más mínimo detalle de cariño o de respeto, y jamás le da explicaciones de qué hace con el dinero.
Imagínate también que el padre, en vista de esa actitud, decide "cerrar el grifo" y no darle más dinero para sus gastos. Entonces el hijo, furioso, pone a su padre de vuelta y media delante de sus amigos. Y, en vez de intentar razonar con él, acude a otros parientes para pedir dinero prestado. ¿Qué te parece?
Pues bien, en este año de tanta sequía parece que muchos abulenses (y españoles en general) somos precisamente como ese joven. ¿Por qué?
Porque Dios constantemente "nos hace bien, dándonos lluvias del cielo y buenas cosechas, llenando de sustento y alegría nuestros corazones" (1). No nos falta de nada. A la siembra le sigue la siega, el invierno da paso al verano, y la noche al día. Y sin embargo, recibimos la nieve en invierno y la lluvia en primavera igual que disfrutamos la comida y la salud: sin darle gracias a Dios. Sin reconocer que él es el que "da a todos vida, y aliento y todas las cosas" (2).
Ahora bien, cuando Dios "cierra el grifo" de los cielos y llega la sequía (como esta, que es la más grave de los últimos 60 años) todo el mundo se queja. Entre los agricultores, algunos maldicen a Dios y aun blasfeman su nombre. Y otros, en vez de pedir a Dios el agua, sacan a pasear imágenes de talla que, "aunque tienen oídos, no oyen" (3). ¿Qué pensará Dios de nosotros?
Lo más sorprendente es que, cuando llegue el otoño, seguramente Dios volverá a enviar lluvias. Los ríos recuperarán su caudal; los bosques se humedecerán; volverán a salir setas; de nuevo manarán las fuentes y se llenarán los embalses. ¿Y quién le dará gracias a Dios? Más bien habrá quien se queje de que el cielo esté nublado.
Ya dijo el profeta Jeremías: "Este pueblo tiene un corazón terco y rebelde; (...) Y no dicen en su corazón: Temamos ahora al Señor nuestro Dios, que da la lluvia a su tiempo, tanto la lluvia de otoño como la de primavera" (4). ¿Pues sabes qué? Que esa actitud hacia Dios nos aparta de Él, nos provoca una sequía del alma y nos condena a ser infelices... Como esos adolescentes desagradecidos con sus padres, que parece que andan amargados todo el día.
¿Sientes a veces que tu vida es algo así como una tierra seca, sin verdor y sin aliciente? Pues vuélvete a Dios. Como dependemos del cielo para recibir la lluvia, así dependemos de Dios para limpiar nuestras vidas, cambiarlas y hacerlas útiles. Él envió a su Hijo Jesucristo para morir por tus pecados, reconciliarte con Él, y de esa manera hacer brotar nueva vida en el terreno seco y estéril de tu corazón. De él dijeron los profetas: "Será como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra" (5). Y él mismo dijo: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (6).
Ahora bien, déjame que te haga una advertencia. Dice también la Biblia que "la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos que la labran, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos no vale nada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada" (7). ¡No escuches indiferente el mensaje de perdón y salvación que Dios ofrece por medio de Cristo! El que escucha el evangelio como "el que oye llover", con la misma ingratitud con la que muchos reciben la lluvia a tiempo y la vida a cada instante, se arriesga a ser como esa tierra maldita. Búsca a Cristo de corazón y Él será para ti "como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra" (5).
1. Hechos de los Apóstoles 14.17
2. Hechos de los Apóstoles 17.25
3. Salmo 115.6
4. Jeremías 5.24
5. 2º Libro de Samuel 23.3-4
6. Evangelio según Juan 10.10
7. Epístola a los Hebreos 6.7-8
Basada en una de las historias más fascinantes jamás escritas para niños, El León, la Bruja y el armario es uno de los estrenos de cine más esperados de la Navidad.
Durante la 2ª guerra mundial, cuatro hermanos (Peter, Susan, Edmund y Lucy), para ponerse a salvo de los bombardeos, son enviados desde Londres a casa de un excéntrico profesor en la campiña inglesa. Allí, jugando al escondite por los desvanes de la casona, Lucy encuentra un armario ropero que resulta no ser normal y corriente.
Sus puertas son en realidad la entrada a un mundo desconocido. Lo que les aguarda al otro lado es una peripecia más allá de lo que ninguno de ellos podría haber imaginado?
Narnia es un mundo fascinante, poblado de intrigantes criaturas, pero sujeto a una terrible maldición. Desde que la Bruja Blanca lanzó su hechizo, Narnia vive un invierno interminable y sus habitantes sufren su despótico gobierno sin atreverse siquiera a lamentarse en voz alta. Con la entrada de los cuatro niños en esa tierra de Narnia comienza una aventura que conducirá, con la intervención del magnífico león Aslan, al fin de la tiranía de la Bruja y la llegada de la primavera.
Sin embargo, esta preciosa historia para niños es mucho más profunda de lo que parece. De hecho, puedes salir del cine habiendo disfrutado de la intriga y de los efectos especiales y haberte perdido el significado oculto del relato. Porque su autor, C.S. Lewis, lo concibió como una alegoría de cosas mucho más grandes. Déjame que te dé unas claves que te permitan comprender lo que hay detrás de esta película.
El mundo imaginario de Narnia resulta ser más semejante al nuestro de lo que parece a primera vista. Como los habitantes de Narnia, también la raza humana está sujeta a un invierno que no parece desembocar nunca en la primavera. El tiempo pasa y la historia avanza, pero no se acaban las guerras, el hambre, las catástrofes, las injusticias, los abusos de poder, las epidemias, las dictaduras, los fanatismos, las desigualdades, la frustración y el llanto. No vemos el final de todo esto. Parece que estemos bajo una maldición.
La Bruja Blanca, cuya tiranía mantenía la maldición sobre Narnia, simboliza las fuerzas del mal que operan en nuestro mundo, no sólo entre las mafias de terroristas, delincuentes o contrabandistas, sino también en los despachos de los gobernantes de este mundo. Y en buena medida, en las comunidades de vecinos, en los centros de trabajo, entre las familias... Y -si somos honestos para admitirlo- en los corazones de todos nosotros.
¿Y Aslan, el león? ¿A quién representa? El imponente león, de rugido aterrador, pero de pelaje suave, a la vez fiero y cariñoso, viene a rescatar a Narnia de su maldición. Pero no puede hacerlo por la fuerza sin dañar a aquellos que viene a rescatar. Por eso ha de morir a manos de la Bruja Blanca, para luego volver a la vida y, entonces sí, derrotarla y devolver a Narnia la primavera.
Aslan representa al Señor Jesucristo. El magnífico Salvador que ha de venir un día a terminar de una vez por todas con la maldición que pesa sobre este mundo. Pero que, antes de eso, tuvo que venir a morir en una cruz y luego resucitar para pagar por nuestras culpas. Y que ofrece la reconciliación a todos los que se decidan a rendirle sus corazones.
Así que la historia del León, la Bruja y el armario resulta que tiene que ver contigo. Porque vives en un mundo que "está bajo el Maligno" (1). Porque tus mismas culpas te separan de tu Creador (2). Y porque ese Salvador que vino como el "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (3), ha de regresar temible como "el León de la tribu de Judá" (4). Y, dependiendo de la postura que tomes hacia él, será para ti un amable Salvador o un juez inapelable. Merece la pena pensarlo.
1. 1ª Epístola de Juan 5:19
2. Isaías 59:2
3. Evangelio de Juan 1:29
4. Apocalipsis 5:5